miércoles, 17 de diciembre de 2008

Ricos mercaderes

Ricos mercaderes
Miércoles, 17 de Diciembre de 2008 00:00
Por Jorge Eugenio Ortiz Gallegos
“Habiendo entrado Jesús en el templo de Dios, echó fuera de él a todos los que vivían ahí y compraban; y derribó las mesas de los cambistas y las de los que vendían las palomas y les dijo: Escrito está: Mi casa será llamada Casa de Oración” (v. Evangelio de San Mateo, “De las últimas actividades de Jesús en Jerusalén” cap. 21, versículos 12 y 13).
El pasado 12 de diciembre, más de algún cristiano pudo haber recordado la anécdota anterior al visitar la Basílica de Guadalupe. El que los “ambulantes” ya no estén en el atrio de la Basílica, no significa que alrededor de ella, en tiendas fijas o puestos semifijos, no pululen como moscas alrededor del festín. Aparte de que ya el vicario de Jesús no tiene que esgrimir el látigo para expulsar a los que invaden el recinto sagrado, otras consideraciones resultan oportunas:
La invasión de los atrios de los templos es una costumbre tan mexicana como la existencia de nuestra raza. Por lo menos desde los tiempos de la primera pastoral de los monjes que llegaron con la conquista española, durante los novenarios por la celebración de los Santos Patronos, o en la Semana Mayor o en la visita del Obispo, el entorno de los templos se puebla de vendedores que abarrotan las calles y son el tormento que con su competencia hace padecer a los comerciantes establecidos.
El extraordinario historiador francés, Jean Meyer, residente en México desde hace muchos años, nacionalizado ya como mexicano, investigó que tales fandangos en las afueras de las iglesias dieron origen al nombre de “mariachi”, falsamente atribuido a la corrupción turística de la palabra francesa “mariage”, esto es, boda.
Los vendedores de dentro son por ejemplo los de los puestecillos acostumbrados en el interior de los templos para mercadear folletos de educación religiosa, rosarios, estampitas, y a veces objetos que han rozado las vestiduras de los santos ya difuntos o las de otros a quienes en vida se les considera venerables o en proceso de santidad. La admisión de tales mercaderes, muy generalizada en las iglesias mexicanas, está suprimida en la Basílica de San Pedro en Roma donde las tiendas que ofrecen dichos artículos se encuentran a lo largo de la avenida llamada de la Conciliazzione.
La predicación que llevan a cabo los sacerdotes y de modo sobresaliente los obispos, se ha salido de los templos después de que en 1992 el presidente Carlos Salinas de Gortari decretó la Reforma Religiosa. El Cardenal Obispo de México Norberto Rivera ha invocado que la Iglesia en los tiempos modernos necesita de los grandes medios de comunicación.
La palabra de Dios en boca de sus ministros ya no es por tanto el solo fervor piadoso encerrado en la “casa de oración” de los tiempos de Cristo. ¿Qué podrá suceder si los medios se siguen convirtiendo en espacios eclesiásticos, y la Iglesia queda sujeta a los huarachazos (no confundir con chayotazos) que son exageración y posesión de los mercaderes en toda clase de medios? –que al uncirse la predicación de la fe tan estrechamente con las publicidades de la vendimia “de pingüedine terrae” (temporal), Jesucristo volvería a clamar: “Han hecho de la casa de mi padre una casa de tráfico”.
La defensa de los grandes ricachones o empresarios prominentes que comparten sus tiempos en la televisión, ha sido puntual en boca del Cardenal Arzobispo y de algún otro prelado eminente. Declaraciones han hecho contra quienes han censurado que el sermón ande revuelto con la venta de los mercaderes, y que las piadosas referencias al Vicario de Cristo y a su importante mensaje, resulten convertidas en artículo de publicidad, tan profano como los anuncios y la propaganda, tan detestable, por dulzona y maleta, de artículos de consumo y de comida chatarra.
¿Habrá llegado para los cristianos el tiempo de pensar que hay textos de Jesucristo que con la modernidad resultan obsoletos?
Por Esto!


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