Quienes trabajan y acuden todos los días a la llamada “zona cero”, el lugar donde se estrelló el avión de la Secretaria de Gobernación, en el que viajaban Juan Camilo Mouriño y José Luis Santiago Vasconcelos, junto con otros cinco funcionarios, aún no se reponen del impacto, el dolor y la sicosis que dejó en ellos la tragedia.
Protagonistas directos del dramático suceso, muchos de ellos, sobre todo los que murieron y los heridos que luchan por recuperarse, tuvieron la mala fortuna de estar en el lugar en el que por azares del destino cayó misteriosamente la aeronave que cegó o marcó sus vidas.
¿Cuántos eran realmente las personas que, a esa hora, en una transitada calle de la zona de oficinas quedaron atrapadas en el infierno repentino del avionazo? ¿Sólo cinco trabajadores o transeúntes de esa área murieron en la explosión y los incendios que provocó en una torre de oficinas, en la calle y en más de 30 autos el impacto de la aeronave?
El gobierno mexicano ha tenido históricamente la mala costumbre de ocultar información, minimizar tragedias o pretender maquillar cifras en un malentendido afán de reducir los daños políticos o sociales de una tragedia. Ocurrió en casos como la explosión de San Juanico, en 1984; se maquillaron también cifras en el terremoto de 1985 en el DF, igual que en las explosiones de abril de 1992 en las calles de Guadalajara.
Es como si, creyéndonos idiotas o menores de edad, las autoridades de distintas épocas y distintos signos partidistas, trataran de dosificarnos y escondernos información para reducir los impactos sicológicos de las tragedias y accidentes; aunque lo que en realidad tratan de reducir son los peligros que para ellos y su supervivencia política representan la indignación, la rabia, la exigencia de justicia y de verdades que suelen desatarse detrás de tragedias masivas
La arquitecta Aline García Cortés, sobreviviente de esa tragedia, circula por internet un mensaje en el que expresa, además de su rabia porque el presidente Calderón se haya olvidado de mencionar a las víctimas de la calle, en sus múltiples homenajes y ceremonias luctuosas para Mouriño y demás funcionarios caídos, comenta también sus dudas de que la cifra oficial de cinco muertos de los civiles que estaban en tierra al momento del impacto aéreo, sea verdadera.
Aquí un fragmento del texto de la arquitecta que trabaja en la calle Ferrocarril de Cuernavaca, donde se produjo el dramático impacto: “Quienes estaban parados en el tráfico, como tantas veces he estado yo; quienes iban caminando por la banqueta; la chava del puesto de dulces donde siempre compramos los chescos; la señora del puesto de quesadillas y de hamburguesas (que volaron con la explosión); el bolero que siempre está a la entrada del puente de cristal; el valet parking del HSBC; los chavos del puesto de jugos a quienes tantas veces les he comprado el juguito de la mañana; el puesto de periódicos en que aparecen en todas las fotografías de los autos incendiados; el señor de las tortas a quien tantas veces fuimos a comprarle la tortuga a la hora de la comida, y quien varias personas han dicho haberlo visto salir de su puesto envuelto en llamas caminar hasta la esquina y desplomarse en el piso, y quien al parecer ha fallecido por las quemaduras en su cuerpo.
Y sigue la arquitecta: “Duelo nacional por los funcionaros fallecidos’, ¿pero los ciudadanos comunes y corrientes, aquellos que salen todos los días al trabajo, esperando regresar por la noche a casa y que ya no volverán? ¿Aquellos que perdieron a un padre, un hijo, un hermano? Decenas de autos incendiados, personas que perdieron su medio de trabajo y el sustento de sus familias. Mexicanos comunes y corrientes, que no luchaban contra el narcotráfico, ni eran secretarios de ninguna dependencia, pero ellos, como millones de nosotros, hacemos lo que es este país que tanto quiero, México”.
Ambas sensaciones de la arquitecta García Cortés, las compartimos muchos. Primero, ¿por qué Calderón o el propio Marcelo Ebrard no organizaron también un homenaje o un acto luctuoso público por los ciudadanos que murieron aquella tarde, más allá de los tripulantes del avión que provocó la tragedia? ¿Su muerte no fue igual de importante que la del secretario y sus colaboradores? ¿Valen más las vidas de mexicanos que trabajan para el gobierno?
Es entendible y humano el dolor que le causó a Calderón la pérdida de su amigo; puede entenderse que le haya organizado despedidas y ceremonias, algunas de Estado, para despedirlo y recordarlo; ¿pero por qué no hizo lo mismo para los otros ciudadanos que murieron en esa tragedia?
Al final, en espera de las investigaciones oficiales que buscan revelar las causas de la tragedia de aquel martes negro, dos cosas van quedando claras una semana después de los lamentables sucesos: en la percepción mayoritaria de la gente está la idea de un atentado que difícilmente desaparecerá si la versión oficial confirma que sólo se trató de un accidente, y para nuestras autoridades, las vidas de los mexicanos tienen distintos valores.
El tema está en la mesa. Es de ustedes la palabra.Por Ealvador Garcia Soto. El Universal