Martes, 09 de Diciembre de 2008 00:00 |
Julio Pimentel Ramírez Mientras cada día nos amanecemos con noticias, que no por lo cotidiano dejan de ser sorprendentes por aterradoras y preocupantes por el proceso de agudización de la crisis que afecta al país y por la creciente violencia, inseguridad pública y descomposición económica, social y política del régimen, es imprescindible marcarnos un momento de respiro y brindar un espacio en POR ESTO!, en nuestra mente y corazón, al reconocimiento de Othón Salazar, ejemplar maestro e incansable luchador social, y un momento de reflexión al hecho de que el Senado proponga que el 2 de octubre sea “Día de Luto Nacional”. La iniciativa de los senadores aún deberá ser aprobada en la Cámara de Diputados y una vez que eso suceda promulgada en el Diario Oficial de la Federación por el Ejecutivo, para que el 2 de octubre sea declarado Día de Luto Nacional, como una manera de recordar a los caídos en Tlatelolco en 1968 y de reivindicar en la memoria social e histórica el aporte del movimiento estudiantil a las luchas democráticas del país. Los legisladores señalaron en su exposición de motivos que esta medida no pretende revivir el pasado y que no es una revancha en contra de ningún partido político, sino que se inscribe en un proceso de necesaria reconciliación nacional. En este punto cabe señalar que consideramos que no es posible ninguna “reconciliación nacional” sin que se termine con la impunidad, se haga justicia y se procese a los responsables del genocidio cometido en la Plaza de las Tres Culturas (sin relegar al olvido las torturas, ejecuciones extrajudiciales y desapariciones forzadas cometidas por el Estado durante la llamada “guerra sucia”) , en primer lugar al ex presidente Luis Echeverría Alvarez. En todo caso cabe señalar que es positivo que se reconozca que el Estado mexicano cometió delitos de lesa humanidad en contra de quienes en 1968 exigían en las calles de la Ciudad de México y en las de otras ciudades de la República, cese al autoritarismo y la represión, libertad a los presos políticos y, en general, apertura democrática y transformaciones sociales. La historia y la experiencia mexicana y de otras naciones nos muestran que al ajustar cuentas con el pasado no se puede simplemente proceder al “borrón y cuenta nueva”, la reconciliación nacional solamente es posible sobre la base de la verdad y la justicia, poniendo fin a la impunidad de que siempre han gozado quienes desde el poder han violado los derechos humanos de los ciudadanos. La persistencia en la lucha de muchos mexicanos, entre ellos de forma destacada el maestro Othón Salazar, ha posibilitado que las luchas estudiantiles de 1968 y su trágico corolario de Tlatelolco, en la Plaza de las Tres Culturas (en realidad podría ser calificada de las cuatro culturas: la prehispánica, la colonial, la del México independiente y la del autorismo represivo, característica del régimen mexicano a lo largo de su historia y que se mantiene hasta nuestros días bajo los gobiernos de la derecha panista), no sea olvidado y que forme parte ya de la conciencia social sin necesidad de medidas legislativas. En todo caso darle desde el Estado carácter nacional a la ceremonia luctuosa del 2 de octubre, si bien puede ser considerada una medida positiva y un avance en la reivindicación de la memoria histórica de las luchas del pueblo mexicano por la democracia, es insuficiente mientras permanezcan intocados los mecanismos autoritarios que hacen posibles masacres como la de esta fecha referencial. Aunque no de la magnitud de lo sucedido en el corazón de la capital de la República en la década de los 60s, en México continúa reprimiéndose salvajemente a los movimientos sociales y a la disidencia política radical. Ejemplos hay muchos: Atenco (mientras a los líderes apresados se les dictan largas condenas punitivas, a los policías violadores de mujeres y a las autoridades responsables se les exonera); Oaxaca (sucede lo mismo pues los muertos, torturados, acosados y apresados militan en el movimiento popular, en tanto el gobernador Ulises Ruiz y sus secuaces no son tocados ni con el pétalo de una rosa); los mineros en Lázaro Cárdenas, Michoacán; los detenidos desaparecidos en Oaxaca, Guerrero, Michoacán. La lista podría extenderse mucho más, aquí solamente anotemos la exclusión, acoso y represión a la que son sometidos los maestros democráticos y el sistema educativo popular, específicamente las escuelas normales rurales, entre ellas las de Ayotzinapa en Guerrero, Tenería en el Estado de México y Tiripetio en la tierra del general Cárdenas. En este punto recordemos a Othón Salazar, quien se formó en los 40s en las normales de Oaxtepec, Ayotzinapa y la Normal Superior, en los años en que se veían los últimos relámpagos de la Revolución Mexicana, escuelas que formaban maestros y maestras con inquietudes y compromiso sociales. El maestro Othón jugó un papel destacado en la fundación del Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), sustentó de las luchas magisteriales de 1958 que fueron reprimidas por el gobierno. Othón Salazar fue encarcelado en Lecumberri, cárcel de negros recuerdos, en la que permaneció solamente tres meses pues fue liberado gracias a la presión popular. El movimiento de 1968 no puede ser entendido si no se tienen en cuenta las luchas de los maestros -en las que Othón Salazar, recientemente fallecido a los 84 años de edad y tras más de 50 de participación en la lucha social inclaudicable, la de los ferrocarrileros, la de los médicos. Reivindicar el 2 de octubre de 1968, que no se circunscribe al aspecto luctuoso sino sobre todo a su espíritu democrático y trasformador, es reconocer a todos aquellos que han participado en las luchas populares de las últimas seis décadas. Othón Salazar es un símbolo de este proceso y su ejemplo un caso de la dignidad revolucionaria que, por más que los gobernantes han querido tratar de ignorar o reprimir, sigue recorriendo el territorio mexicano. |
martes, 9 de diciembre de 2008
No hay reconciliación sin justicia
No hay reconciliación sin justicia
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