Lecciones de la epidemia
por Lydia Cacho
Caminamos por la isla de Holbox, Quintana Roo. Entro a la tienda de Elena, en el zócalo montan un templete. ¿Van a hacer concierto?, pregunto. “No”, sonríe Elena, “viene el gobernador quezque a hablar de la influenza esa, como si fuéramos a creerle”. “¿Usted qué piensa que les dirá?”, pregunto. “Todos los años aquí en los pueblos mayas mucha gente muere porque no tiene medicinas, no sé por qué hacen como si les importara ahora”, responde. Por la playa un hombre platicador nos vende helados de pitahaya y coco. Con el sol a plomo cuenta que nació en Solferino, comían pájaro de monte y cerdo salvaje. Sacaban caracol, sólo el que podían comer, y el mar les daba pescado. Hoy viven del turismo. “El Presidente dice que los mexicanos somos peligrosos porque se murieron 16 personas de una epidemia. Ya mató al turismo para todo el año. Que Dios nos proteja”, dice limpiándose el sudor.
Escucho a estas mujeres y hombres que han trabajado desde niños para subsistir; su sabiduría les permite entender más de lo que los políticos creen. Viene a mi mente el rostro de Agustín Carstens, cuando anunció que ante el cierre de negocios por la epidemia, se pensarán incentivos económicos para las empresas que perderían dinero. ¿Y Elena y Manuel? Ni el secretario de Hacienda ni el del Trabajo, sentados en aquella conferencia de prensa, mencionaron el impacto brutal que esta medida tendría para millones de obreros y trabajadoras del turismo, para quienes viven al día y para quienes “disfrutar este aislamiento como unas vacaciones con la familia” es una pesadilla, porque sin sueldo diario no pueden alimentar a su familia.
Manuel asegura que los políticos que deciden esto viven en un mundo donde comer no es bendición, sino entretenimiento o vicio. “Viven en un país y nosotros en otro; si ellos se equivocan mis hijos mueren de hambre, la vida vale más para nosotros que para ellos, a nosotros nos cuesta más cara, aunque ellos gasten más dinero. Si yo digo que vamos a Cozumel pues sabemos a qué hora, cuántos vamos, cuánto va a costar, qué comida llevamos y a qué hora tomar el barco para cruzar. Y estos gobernantes nomás dicen vamos todos pa’llá, pero no se prepararon para cruzar”.
Sólo el tiempo, las y los expertos dirán si las decisiones sobre esta epidemia evitaron algo peor, o si se exacerbó una farsa para afianzar el control político con el miedo. Lo que ya sabemos es que nuestros gobernantes no son estrategas sino apagafuegos, no planean sino improvisan, no gobiernan a personas sino a masas y estratos sociales. Pero también sabemos que México produce mentes brillantes, científicas e intelectuales, que dieron aviso desde 2005 de que teníamos que prever las consecuencias económicas y sociales de una epidemia como ésta.
La evolución del virus puede ser imprevisible, pero la resistencia de mujeres y hombres trabajadores, honestos, solidarios y alegres de este país resulta inconmensurable, es lo que nos sacará a flote. Lo que sí podemos asegurar es que pasará mucho tiempo para rescatar al turismo de sus cenizas y mejorar la imagen de México en el mundo.
Zocalo-Saltillo
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