Apr 23 2009 |
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Por Ricardo Monreal Avila
El 22 de abril de hace 40 años se instauró el “Día de la Tierra” o “Día del Planeta”, para promover la conciencia ecológica entre los habitantes del mundo. Empezó como una celebración marginal o propia de un grupo de iniciados en temas del medio ambiente. Hoy es una conmemoración global que involucra a unos mil millones de personas, la sexta parte de los habitantes del globo.
Estos millones de seres humanos harán actividades que van desde el sembrado de árboles hasta la limpieza de parques, playas, ríos, predios baldíos, conferencias científicas, divulgación de materiales, no consumir energía contaminante por un día, liberar energía alternativa o simplemente regresar a la tierra madre para alimentarla con una semilla, una planta o un abono natural.
En la India, por ejemplo, habrá una marcha de niños para demandar la supresión de las bolsas de plástico en tiendas y supermercados. En México, consumimos más de mil millones de bolsas de plástico al año. Es basura que tarda 100 años en desintegrarse.
Hoy se escucharán también dos palabras que son el reto de la humanidad: contaminación global, un concepto que hace una generación no existía y hoy amenaza la existencia de la humanidad misma, a tal grado que estamos en el umbral de lo que se ha dado en llamar la “sexta extinción”.
Es la tesis que impulsa una corriente de biólogos, ecólogos, geólogos y paleontólogos evolucionistas, que se ha venido estructurando en las últimas dos décadas, sobre todo a partir de los cada vez más frecuentes e intensos desastres naturales, como huracanes, ciclones, tsunamis, terremotos, incendios, entre otros fenómenos que terminan alterando el sistema ecológico. Existe un libro titulado “La sexta extinción”, de Richard Leakey y Roger Lewin (Tusquets editores, 1998), que es la base de este artículo.
De acuerdo a Leaky, paleontólogo, y a Lewin, bioquímico, la historia del planeta ha registrado cinco grandes crisis bióticas, donde desaparece por lo menos el 65% de las especies en un lapso geológico leve. El lapso geológico “leve” puede abarcar de 200 a 300 años. Estas cinco “grandes” catástrofes de la vida en la tierra son: el fin del Ordovícico (hace 440 millones de años), el Devónico tardío (hace 365 millones de años), el fin del Pérmico (hace 225 millones de años), el fin del Triásico (hace 210 millones de años) y el fin del Cretácico (hace 65 millones de años), cuando se extinguieron los dinosaurios. Para cada una de estos períodos, existe evidencia geológica de la extinción masiva o de fondo. Entre las hipótesis que se han considerado para explicar estas crisis bióticas se encuentra el enfriamiento global, el descenso del nivel del mar, la depredación y la competencia entre especies.
Pues bien, según Leaky y Lewin está en marcha la sexta extinción de la vida en la tierra y, a diferencia de las anteriores, la causa de esta crisis se debe ante todo a la intervención de una especie que se ha vuelto dominante y está rompiendo con el equilibrio de la biodiversidad a través de la voracidad biológica y económica; es la especie denominada Homo sapiens.
Las evidencias de la sexta extinción son abrumadoras: el ritmo acelerado de desaparición de especies (700 especies de flora y fauna por año, cuando el promedio en condiciones de equilibrio ecológico es de una al año); la pérdida de 200 mil kilómetros cuadrados de bosques y selvas cada año, para ampliar la frontera agrícola, emprender agricultura de subsistencia o edificar selvas de concreto; el calentamiento global, por la emisión de gases que genera la combustión de reservas fósiles, que ha elevado entre 2 y 3 grados la temperatura del mar (causa directa de la agresividad creciente de fenómenos metereológicos como “El Niño”, “La Niña” o ciclones como Wilma); y el empobrecimiento de la calidad del aire y de los procesos de oxigenación en todo el planeta, por la desaparición de la flora y la modificación de la capa de ozono.
De acuerdo a estos científicos, los humanos ponemos en peligro la existencia de otras especies de tres maneras fundamentales: “la primera es la explotación directa, como la caza”; la segunda es “el destrozo biológico que se produce por la introducción de especies foráneas en ecosistemas nuevos”; la tercera “y más importante forma es destruir y fragmentar hábitats, y en concreto talar pluvisilvas tropicales…Conforme se reducen los hábitats, se reduce igualmente la capacidad de la Tierra para sostener su herencia biológica”.
Con el actual ritmo de destrucción, los bosques y selvas quedarán reducidos a una diminuta mancha en los mapas hacia el año 2050; al final del siglo XXI, habrá desaparecido también la mitad de las especies de flora y fauna que tenía el planeta en el 2000 en mar y tierra; mientras que el Hommo sapiens, consume ya el 40% de la energía total contenida en los procesos fotosintéticos de todo el mundo, dejando cada vez menos márgenes al resto de la naturaleza. “Los seis mil millones de humanos que vivimos actualmente representamos la máxima proporción de protoplasma que haya existido en el planeta”. En los próximos 50 años, la población humana será de más de 10 mil millones de seres. En ese momento, la actividad económica global tendrá que multiplicarse al menos por diez para mantener niveles de calidad decorosos.
Para algunas personas esta visión es apocalíptica y sin visos de realidad. Pero después de ver lo que causaron los huracanes Katrina y Wilma en un lapso tan corto de tiempo y con intensidades crecientes, no tan sólo en materia de daños al aparato productivo, sino ante todo en materia de desastre ecológico, uno no puede menos que considerar la posibilidad de enfrentarse a la cara obscura de la evolución: la extinción.
Para un paleontólogo 200 años son un suspiro en la vida de un planeta con 3,500 millones de años. Para un político paleontológico, son 33.33 sexenios. Para un ecólogo, el largo plazo es la vida. Para un político ecologista, el único plazo en su vida es la próxima sucesión presidencial. Es necesario extinguir la visión cortoplacista en las políticas públicas y asumir la crisis biótica en curso como un referente en la toma de decisiones. Hay algunos avances. El concepto de “desarrollo sustentable” y el Protocolo de Kyoto. Sin embargo, son conceptos e iniciativas aisladas. No hay conciencia ni voluntad para asumirlos.
Sólo existe algo peor a la extinción de la vida: la ceguera para reconocerla desde el Estado y la insensibilidad para asumirla desde la sociedad. Ciertamente, dentro de 200 años “todos estaremos muertos”. Sólo que entre las víctimas, podemos encontrarnos con la mismísima especie humana.
Por ello, cada 22 de abril, al celebrar el “Día de la Tierra” en realidad estamos recordando el riesgo ecológico que vive la humanidad y el reto de rescatar al hombre por el hombre mismo.
Por Esto!
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