Mar 10 2009 |
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Pedro Díaz Arcia
Cada día pensamos que vamos a amanecer mejor y amanecemos peor. En eso consiste el optimismo.
Siempre se ha dicho que no hay mal que dure cien años ni cuerpo que lo resista. Pero la recesión actual puede devastar la economía de una nación en poco tiempo, mientras los pueblos no pueden esperar, hincados de hinojos, sólo confiados en los milagros de la fe o en la buena voluntad de sus deudores.
Cuando nos asomamos al desconcierto de noticias del día se aprecia un denominador común: la crisis económica mundial y sus desastrosas consecuencias.
Fortalezas financieras que se consideraban intocables, como castas escogidas por el destino, se han ido al piso como cuarteles de naipes.
Ante el peligro, muchos gobernantes se empeñan en engañar a sus ciudadanos con la esperanza de que el hambre los suma en una especie de letargo.
Entretanto la situación se complica, semejante a un laberinto al que su arquitecto olvidó trazar la senda de salida.
Lo complejo no es sólo la gravedad de la crisis que “como un cáncer se devora a sí misma”, sino que no se vislumbra una solución a mediano plazo.
El multimillonario norteamericano Warren Buffett dijo ayer que la economía de Estados Unidos “cayó por un precipicio” durante los últimos seis meses y que la actual crisis representa lo peor que podría haber ocurrido.
En una entrevista para el canal de cable CNBC, Buffett se refirió a cambios nunca antes vistos en los hábitos de los consumidores estadounidenses debido al temor y a la confusión sobre la recesión económica.
Michel Camdessus, ex director del Fondo Monetario Internacional (FMI), se pronunció por la necesidad de reformas financieras radicales y propuso la formación de un nuevo grupo de dirección mundial integrado por autoridades nacionales, el Secretario General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y titulares de importantes agencias internacionales para precisar soluciones a la crisis e “impedir futuras perturbaciones”.
Por su parte, el Banco Asiático de Desarrollo (BAD) informó ayer que la actual crisis financiera se tragó, cual dragón insaciable, la escalofriante cantidad de 50 billones de dólares en el valor de los activos monetarios el año pasado. La cifra incluye 9.6 billones solamente en las economías emergentes de Asia y 2.1 billones en América Latina.
Haruhiko Kuroda, presidente del BAD, al conocer los resultados del estudio solicitado por la institución, declaró que: “Esta es hasta ahora la más grave crisis que ha golpeado a la economía mundial desde la Gran Depresión”, en los momentos en que el parámetro principal en la bolsa de Japón cerraba en su posición más baja en más de un cuarto de siglo.
Francia, que es como la pasarela de Europa, se estremeció ante los vaticinios de su Banco Central de que la contracción de la economía en el actual trimestre es inevitable y que la tendencia apunta hacia una recesión profunda en el 2009.
En el último trimestre de 2008 la tasa de desempleo aumentó en la nación gala en un 7,8% según datos del Instituto Nacional de Estadísticas (INSEE) que pronosticó, además, una incorporación de otros 350,000 desocupados para este año.
Las bolsas de valores siguen su repliegue ante la recesión que, si tuvo su epicentro en los sectores financiero e inmobiliario en Estados Unidos, erosiona las finanzas, la industria, el comercio, el empleo, la confianza de los consumidores y pone en jaque la “estabilidad” de numerosos países del planeta.
Dicen que la fe se fortalece en tiempos de crisis; también la desesperación.
Son estados emocionales inversamente proporcionales y dudo que puedan dormir en paz en la misma cama.
¡Quizás no alcancen las barreras para tratar de contener la avalancha social de los olvidados de siempre: los creadores de todas las riquezas del mundo e impenitentes acreedores de los ricos!
Pero, si es cierto que el temor es uno de los dones del Espíritu Santo, entonces no hay de qué preocuparse.
Por esto!
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