Mar 03 2009 |
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Jorge Eugenio Ortiz Gallegos
“He tenido que entrar a esta Cámara bajo la amenaza de que se me dispararía, si no me detenía.... me dijeron que no podía entrar porque tenía que dar la vuelta. Dije que era mi casa, la casa del Poder Legislativo... me abrí paso y caminé. Este Palacio Legislativo ha sido invadido por el Poder Ejecutivo”. A punto del desmayo pronunció Heberto Castillo su denuncia. De todos los rincones se alzaron “pidiendo para hechos”. La presidencia estaba a cargo de la profesora Elba Esther Gordillo que ansiosa lloró sobre la tribuna, y confundida gritó: “Se ordena por esta Presidencia el libre tránsito en este recinto para todos los legisladores”.
México se encontraba dividido, aunque no lo confesaran los medios masivos de comunicación: la corrupción enquistada en el poder político, la libertad silenciada, la Constitución violada, el país estaba en manos codiciosas, manoseado por el extranjero y sus cómplices en el gobierno, asociados con el gran capital y con los directores de la cultura y de la religión.
Cuando nos encontramos Heberto y yo en la Legislatura 1985-1988, él era diputado del Partido Mexicano de los Trabajadores y el suscrito diputado del PAN. Los prejuicios ideológicos nos enfrentaban. Venía yo de un conceptuado anticardenismo porque don Lázaro Cárdenas del Río como Presidente de México, 1934-1940, había cerrado las escuelas particulares y había decomisado el edificio de nuestra escuela Primaria en Morelia, para instalar ahí a niños importados de la guerra civil española. Simultáneamente nuestros padres y maestros eran perseguidos y encarcelados por defender la libertad de enseñanza.
Pronto las distancias se acortaron, propiciamos el diálogo y nos revelamos las coincidencias de ideas y posiciones en el trabajo de la Cámara. Nos entendimos como dos grandes amigos a partir de las frecuentes evaluaciones del entorno político y la redefinición de los principios coincidentes para realizar tareas comunes. Nos hicimos amigos de aquellos hombres de la izquierda en la que sobresalieron algunos personajes: Eli de Gortari, Gonzalo Martínez Corbalá, Demetrio Vallejo Martínez, Manuel Marcué Pardiñas, Arnoldo Martínez Verdugo, Alejandro Encinas Rodríguez, Rosario Ibarra de Piedra.
Heberto sobresalía por sus virtudes y diferencias: “Yo no soy comunista, condeno eso de la dictadura del proletariado”. El conocía de sobra la gloria y las miserias de la izquierda, pero defendía sin declinación las que para él eran sus verdades en cumplimiento del decir griego: -Amigo de Platón, pero más amigo de la verdad- y padeció cinco años en la cárcel. ¡Y cuántas de aquellas sus verdades eran las mismas de los fundadores del Partido Acción Nacional, cuya ideología duró sin desfiguración durante casi 50 años, entre 1939 y 1988!
Manuel Gómez Morín nos había convocado a mover las almas en una brega de eternidad, lucha sin intermitencias para instaurar la democracia, para que los gobiernos fueran designados por el pueblo y por el pueblo vigilados. Heberto soportó intrigas y zancadillas de sus compañeros en el Movimiento de Liberación Nacional en 1961 y luego en el PMT y el PMS y las padecería después en el PRD. Sin embargo él gritaba con entusiasmo que la lucha revolucionaria no debería mover al odio, sino al amor.
E-mail: jodeortiz@gmail.com
Por Esto!
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