Mar 08 2009 |
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Por María Teresa Jardí
Por supuesto que la mayoría de las mujeres son admirables, increíblemente más abnegadas y mucho más valientes, igual de inteligentes, y algunas más, que los hombres admirables, valientes y también inteligentes. Estoy convencida de la igualdad, que se ha querido disfrazar de desigualdad para discriminarnos, probablemente porque las mujeres somos las que damos a luz y el aporte de los hombres es bastante más modesto en el acto más importante de la Creación, no existe, somos seres humanos todos con virtudes y defectos y no es el hecho de ser mujer el que debe ponernos por encima de los que nacen hombres. Es nuestra capacidad y nuestra elección de ser la que tiene que garantizar la equidad en iguales condiciones
Los hombres inteligentes, admirables, abnegados, que también existen y aquí pongo como conocido al maestro Gilberto Balam Pereira, estarán de acuerdo conmigo y no me dejaría mentir al respecto. Y tampoco lo harán los valientes y aquí pongo, como ejemplo también conocido el de Mario Renato Menéndez. Y con esto, como entenderán ustedes, estoy lejos de querer decir que uno no sea valiente ni que el que otro no sea inteligente ni admirable ni abnegado… Las virtudes, en general, suelen estar acompañadas por los valores y por los principios. A veces heredadas las virtudes. A veces elegidas por voluntad propia con el talento innato que toda persona tiene. Valores transmitidos de la mano a lo largo de las generaciones. Pero a los que renuncian a menudo los mexicanos por estos días, de manera del todo incomprensible. Por nada, por un plato de lentejas o por muchos, pero los que, en ambos casos, no se van a llevar al otro mundo ni los van a salvar de la muerte que no discrimina a nadie.
Quién no reconoce el valor de las mujeres indígenas, de las criollas y mestizas que ante los tanques se han acostado para impedir un desalojo o que se lleven a sus hijos, padres, esposos, amantes…
No necesitan palabras las madres de la Plaza de Mayo, enfrentando acompañadas de solamente un pañuelo en la cabeza su silenciosa marcha denunciando la represión, cuando la misma estaba en marcha. No necesitan elogio alguno las abuelas que con su tesón y valentía han encontrado a los nietos, permitiéndoles recobrar la identidad robada por los captores asesinos de sus padres. La simple mención despierta el respeto. Y lo mismo sucede con Rosario Ibarra y el resto de mujeres integrantes del Comité Eureka.
La inteligencia de Sor Juana o de la de Rosario Castellanos, que son dos intelectuales que de inmediato me vienen a la mente, que no todas, que no las únicas, están presente de manera cotidiana en nuestras vidas desde estudiantes y para siempre.
Pero eso no quita que ante dos seres, que han elegido la maldad por compañera de vida, siempre será un poco menos perverso él que ella.
En fin, para las otras, para las comunes y corrientes que cada día dan testimonio con el esfuerzo incluso de hacer llegar el dinero para dar de comer hasta el final de cada mes, les comparto una bellísima poesía de Gioconda Belli que recibo de una misionera franciscana, a propósito de la celebración del Día de la Mujer.
“Y Dios me hizo mujer, de pelo largo, ojos, nariz y boca de mujer.
“Con curvas y pliegues y suaves hondonadas, y me cavó por dentro, me hizo un taller de seres humanos.
“Tejió delicadamente mis nervios y balanceó con cuidado el número de mis hormonas.
“Compuso mi sangre y me inyectó con ella para que irrigara todo mi cuerpo; nacieron así las ideas, los sueños, el instinto.
“Todo lo creó suavemente a martillazos de soplidos y taladrazos de amor, las mil y un cosas que me hacen mujer todos los días, por las que me levanto orgullosa todas las mañanas y bendigo mi sexo”.
Por Esto!
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