jueves, 26 de febrero de 2009

Servicio de Noticias ISA

CATASTROFISTA

por Laura Itzel Castillo, secretaria de Asentamientos Humanos y Vivienda del gobierno legítimo de México

(publicado en El Gráfico el 25 de febrero de 2009)

México lleva más de 25 años siendo el laboratorio de las medidas económicas propagadas por el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial. A pesar de haber insistido hasta la saciedad en los supuestos beneficios, los resultados están a la vista.

El desempeño de nuestra economía, y con ello el desarrollo nacional, ha estado supeditado al comportamiento de la economía de Estados Unidos, sobre todo en su aspecto más negativo.

En el 2007, en ese país se produjo lo que se conoce como el rompimiento de la burbuja hipotecaria. Es decir, se trata de una crisis que afectó al sector inmobiliario y bancario, desatada a raíz de un diseño financiero irresponsable en el que se otorgan créditos hipotecarios indiscriminadamente a la población que no puede pagarlos a mediano y largo plazos.

El problema tuvo alcances nacionales graves, debido a que el sector inmobiliario ocupa el cuarto lugar como palanca de la economía norteamericana, según información proporcionada por el especialista norteamericano, James Galbraith.

El auge inmobiliario en aquél país tiene sus orígenes en 1986, cuando el Congreso aprobó una reforma fiscal que estableció incentivos para la adquisición de inmuebles e introdujo ventajas fiscales en los créditos hipotecarios. Con ese impulso, la evolución del sector rápidamente produjo excedentes financieros para la administración de Bill Clinton. Fue tal el desarrollo de esta industria que los intereses generados desplazaron a los bienes de consumo como factor de crecimiento nacional.

George Bush llegó al poder en medio de un clima político adverso, debido al cuestionamiento de su legitimidad, pues asumió el mandato gracias al fallo de la corte y no por medio del voto popular (cualquier semejanza con Calderón, no es mera coincidencia). Esta condición, que implicaba un compromiso tácito con los grandes capitales, llevó a Bush a garantizar impunidad a los distintos sectores privilegiados, entre ellos el inmobiliario. Al igual que en México, el gobierno abandonó el interés público para ponerse al servicio de intereses privados.

Esta licencia de impunidad abrió la puerta para que bancos e inmobiliarias ofertaran millones de créditos con tasas bajas en los primeros años para la gente que históricamente no era sujeta de estas políticas, pero con tasas impagables al paso del tiempo. Galbraith los llamó “préstamos neutrones” pues destruyen a las familias.

El resultado de esto fue que millones de personas cayeron en cartera vencida y los bancos se quedaron sin liquidez, debido a esta ilusión monetarista. Al año se generaban un cuarto de millón de notificaciones judiciales de desalojo. Galbraith concluyó su análisis pronosticando una recesión en Estados Unidos y un conflicto social de grandes dimensiones. ¿Catastrofista?

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LA FILOSOFÍA PUEDE AYUDARNOS

por Leonardo Boff

(publicado el 20 de febrero de 2009)

Paul Krugman, premio Nobel de economía 2008 y uno de los más agudos críticos de la evolución de la economía mundial, escribió recientemente en un editorial del New York Times que los próximos tres a cuatro meses serán posiblemente los más importantes de toda la historia de Estados Unidos. Yo añadiría que tal vez los más importantes para el futuro de toda la humanidad. Es el momento de definir el curso de las cosas. De repente, la humanidad se ve ante la pregunta que tuvo una enorme resonancia en el Foro Social Mundial de Belém: “¿cómo construir una sociedad en la cual todos podamos vivir juntos, naturaleza incluida, en este pequeño y ya viejo planeta?”.

La cuestión es demasiado grave para dejarla únicamente en manos de los economistas. En lo que afecta a todos, todos tienen derecho a manifestarse y ayudar a decidir.

En los medios intelectuales crece la convicción de que el paradigma de la modernidad occidental, hoy globalizado, ha entrado en crisis por agotamiento propio y por efecto de la implosión. Es semejante a un árbol que ha llegado a su clímax y entonces cae fatalmente por haber agotado su energía vital. Así, digamos su nombre, el capitalismo ha alcanzado su fin en un doble sentido: fin como realización de sus virtualidades y fin como término final y muerte.

Lógicamente si seguimos las discusiones internas de los grupos organizados por la ONU -con nombres notables como Stiglizt, premio Nobel de economía, y otros- para pensar alternativas a la crisis, nos damos cuenta de la perplejidad general. La tendencia es a reanimar a un moribundo con el neo-keynesianismo, forma suave del neoliberalismo, con una presencia más orgánica del Estado en la economía. Otros intentan la vía del ecosocialismo muy presente en el FSM de Belém. Es una opción prometedora, pero todavía no ha dado, a mi modo de ver, el giro completo que implica una nueva concepción de la Tierra como Gaia y la superación del antropocentrismo, confiriendo también ciudadanía a la naturaleza. Quieren, con razón, un desarrollo ecológicamente respetuoso de la naturaleza, pero todavía en el marco del desarrollo. Ahora bien, ya conocemos la lógica voraz del desarrollo. O mejor, necesitamos más una retirada sostenible que un desarrollo sostenible. Sería el comienzo de la realización del ecosocialismo.

Es decir, con los recursos técnicos, financieros y con la infraestructura material creada por la globalización, tendríamos posibilidades de socializar un modo de vida sostenible para todos. La Tierra, puesta en descanso sabático, podría autorregenerarse y sostenernos a todos. Viviríamos más, con menos. Pero, como somos culturalmente bárbaros y éticamente sin piedad, no estamos tomando esta decisión política. Preferimos tolerar que mueran millones antes que cambiar de rumbo. Y así, gayamente, continuamos consumiendo sin conciencia de que bien pronto, por delante, nos espera un abismo.

Podemos y merecemos un destino mejor. Éste no sólo es posible, sino necesario. Y es aquí donde los filósofos pueden ayudarnos. Hace decenas de años muchos de ellos vienen afirmando que la excesiva utilización de la razón en función del lucro y de la mercantilización de todo, a costa del saqueo de la Tierra, nos ha llevado a la crisis actual. Para recuperar la salud de la razón necesitamos enriquecerla con la razón sensible, estética y cordial, en la cual se fundamenta la ética, y con una visión solidaria de la vida. Es lo que más se adecúa a la nueva fase del encuentro de culturas y de unificación de la historia humana. O proseguiremos por un camino trágico y sin retorno.

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