lunes, 23 de febrero de 2009

Maciel: ¿Al infierno o al cielo?

Estoy cierto de que antes de morir, el Padre Marcial Maciel se arrepintió de la mayor parte de sus pecados. No por convicción, sino porque detestaba la idea de irse al infierno, en donde habrá seguramente hombres muy rudos y sucios. Y no de todos los pecados, porque entonces se iría al cielo, habitado por vírgenes y santos. Prefirió irse al limbo, donde seguramente habitan los querubines y ahí se sentiría como en casa.

Murió el 29 de enero de 2008, aunque su desaparición física fue precedida por su desaparición institucional. Benedicto XVI le obligó en el 2006 a renunciar a todo ministerio público, lo que incluía la imposibilidad de celebrar misa y le exigió consagrar el resto de su vida (que ya no le quedaba mucha) a la oración, al arrepentimiento y a dejarse en paz, por fin, las partes nobles de su cuerpo.

Hombre creativo y polémico, ejemplo de lo mejor y lo peor del siglo XX, está siendo alcanzado por la historia; De su obra en este mundo tan terrenal, le sobrevivió la Legión de Cristo, congregación que tiene como objetivo, ni mas ni menos, "captar a los líderes del mundo para Cristo"; el movimiento laico Reinum Christi y una sofisticada red de instituciones educativas que pudo desarrollar con un amplio sentido empresarial. Fue el empresario religioso de mayor éxito para la Iglesia católica en el siglo XX, llegando a crear un imperio en base a sus instituciones fundamentales y que está presente en 22 países, administrando 12 universidades, dos de las cuales se encuentran en Roma y Madrid y cuenta con una legión de 800 sacerdotes y mas de 50 mil miembros en su brazo laico.

Marcial Maciel no fue ni un santo ni un monstruo. Fue un hombre de su tiempo, que tuvo, como Cristo, estigmas: uno de ellos fue el nacer en una familia que le exigía conservar las dos tradiciones conservadoras mas fuertes de principios de siglo: sobrino de generales cristeros, como Jesús Degollado Guízar y de cuatro obispos: Luis Guízar Barragán, de Saltillo; Antonio Guízar y Valencia, de Chihuahua; José González Arias, de Cuernavaca; y Rafael Guízar Valencia, de Xalapa, ya santificado y con la obligación moral de seguirlos, formando él su propio ejército santo. La otra, haber nacido en un tiempo oscuro y en un lugar de extrema rudeza: Cotija, Michoacán, en donde su padre, Francisco Maciel Farías, tenía un ingenio azucarero y un rancho. Se ha dicho que la relación con su progenitor no era buena. Su padre veía que su vástago era un niño delicado y sobreprotegido por su madre, pero quería que fuera un hombre rudo y lo obligaba que durmiera con los hombres en las cabañas de los campos de siembra, posiblemente siendo abusado en dos ocasiones. Y ahí empieza su martirio.

Si bien no es una regla que quienes han sido abusados de niños se conviertan cuando adultos en abusadores, si se da el caso, se genera una parafilia que se vincula con actos pedofílicos. Y en el caso de Maciel, éste se insertó en un ambiente que le pudo permitir desarrollar este trastorno. Es decir, entre jóvenes seminaristas, quienes al negar las pulsiones sexuales las intensifican y se les terminan escapando de control. Pareciera que Maciel, por los síntomas que conocemos, desarrolló además el tan temido trastorno bipolar y aprendió a controlar sus depresiones con Dolantina, que es un derivado de la morfina y sus manías con seducción de niños y jovencitas, entre otras diversas actividades a las que lo llevaba su naturaleza inquieta.

Y entre su herencia sorprendente, deja un destacado manual que se llama “La formación integral del sacerdote católico”, ya traducido a varios idiomas, en donde tal vez ofrezca interesantes consejos para tratar adecuadamente a los novicios. La otra perla de la corona es el Encuentro Mundial de las Familias, como el celebrado en la Ciudad de México hace apenas algunas semanas, en donde se señaló con toda claridad como debe ser la familia que pueda aspirar al cielo.
Punto de Vista
Carlos Gutiérrez Montenegro
Zocalo-Saltillo

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