lunes, 23 de marzo de 2009

Un imperio con suerte

Mar
23
2009
Un imperio con suerte

Jorge Gómez Barata

Estados Unidos puede considerarse afortunado porque en un momento clave de su historia y en la coyuntura más difícil, dispone de un liderazgo renovado, joven, popular y probablemente competente.
Barack Obama pudiera ser la respuesta a una difícil coyuntura. No ocurrió así en torno al 11/S, desafío enfrentado erróneamente por la peor de sus administraciones.
No es la primera vez que América navega con suerte. George Washington, agrimensor sin formación universitaria ni vasta experiencia política, fue un mandatario ideal, entre otras cosas porque, al ser el primero, todo cuanto hizo sentó precedente. Washington introdujo la tradición de gobernar dos mandatos, promovió el aislacionismo, aconsejó que la vida política nacional no fuera dominada por los partidos y evitó la desmesura de la adulonería al rechazar los títulos de alteza o excelencia y exigir que se le tratara simplemente como “Señor Presidente”.
Discreta pero eficazmente, George Washington, que tuvo como vicepresidente a John Adams y como secretarios de Estado y del Tesoro a Thomas Jefferson y Alexander Hamilton, respectivamente, que luego fueron el segundo y tercer presidentes, y que con James Madison como cuarto aseguraron que en sus primeros veinte años el país fuera gobernado por las figuras históricas de la Revolución.
Otro momento excepcional, el único en que la existencia del Estado norteamericano estuvo realmente en peligro se presentó cuando, en torno a políticas económicas y pugnas por el poder, en la coyuntura en que tenía lugar el primer debate sobre la esclavitud, 11 de los Estados que integraban el país optaron por la separación, circunstancia en que Abrahan Lincoln, con energía, talento y determinación impar, enfrentó las tendencias disolutivas y prefirió ir a la Guerra Civil antes que permitir la división.
Otros episodios decisivos fueron protagonizados por Franklin D. Roosevelt, para el establishmenth liberal una especie de hereje, no sólo porque se apartó del legado de Washington postulándose para un tercero y cuarto mandato, en los que resultó electo, sino porque no tuvo reparos en involucrar al Estado y al Gobierno en la conducción de la economía, recurso que contribuyó a sacar al país de la crisis de los años treinta, conocida como la Gran Depresión.
En el mismo contexto, aunque en otros escenarios, Roosevelt maniobró para evadir las leyes de neutralidad impuestas por el Congreso como castigo a Woodrow Wilson, por involucrarse en la I Guerra Mundial, para conducir la alianza antifascista junto a la Unión Soviética y Gran Bretaña. Al capitalizar la victoria sobre el fascismo, Estados Unidos alcanzó el cenit de su prestigio internacional, un liderazgo legítimo y un capital político dilapidado posteriormente.
Dieciséis años después, en 1961, otro presidente del Partido Demócrata, John F. Kennedy, protagonizaría un desempeño favorable a los intereses estratégicos de los Estados Unidos. En su breve mandato, el segundo Presidente más joven y primero católico, abordó el problema de la segregación racial, comprendió algunas aristas de la Guerra Fría y aunque asumió el legado maldito de Eisenhower-Nixon respecto a Cuba y endosó la invasión por Bahía de Cochinos, apreció mejor que ningún otro gobernante la situación de América Latina, diseñando la Alianza para el Progreso, una opción, aunque fallida, diferente.
Barack Obama, el Presidente número 44 (en realidad el 43), tercero más joven, primero negro, el único no nacido en el territorio continental y el que ha despertado mayores esperanzas dentro y fuera del país, llega a la Casa Blanca en un momento decisivo, no sólo para la proyección internacional de los Estados Unidos, aspecto que ha obsesionado a los gobernantes imperiales en los últimos cincuenta años, sino incluso para la estabilidad interna de la Nación.
La Gran Depresión, la lucha por los Derechos Civiles, la Guerra en Vietnam, situaciones que fracturaron la unidad nacional de los Estados Unidos no configuraron una coyuntura interna tan peligrosa como la actual, en la cual la camarilla encabezada por George W. Bush, estuvo a punto de hacer peligrar la institucionalidad del único país del Nuevo Mundo en que nunca ha sido interrumpida.
En ese contexto, el debut Barack Obama es un hecho afortunado para Estados Unidos que, al menos podrá intentar apuntalar al imperio. No obstante, los resultados son de pronóstico reservado. Cualquiera puede soltar los pájaros de una jaula, hacerlos entrar nuevamente a ella es otra cosa. En cualquier caso, Estados Unidos parece un imperio suertudo.
Por Esto!

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