domingo, 15 de marzo de 2009

¿Por qué mata un asesino en masa?

por Carlos Gutiérrez Montenegro
Se levantó Tim Krestschmer ese día, su último día, por la mañana y ya sabía lo que iba a hacer. Estaba seguro de que pasaría a la historia de su país y no solamente sabía como. Sabía, también cuando. Hubiera querido que lo detuviera alguien, pero no sabía quien y pidió a los jóvenes que chateaban con él que lo convencieran de que no lo hiciera. Envió un mensaje en donde decía que estaba "harto de la vida", porque todos se reían de él y nadie reconocía sus capacidades. Advirtió que debían aprenderse el nombre de la ciudad, Winnenden, que hablaba "en serio" y poseía un arma de fuego. Nadie le hizo caso. Solamente un joven vio el mensaje y lo único que acertó a hacer fue a enviarle una carita feliz. Después de eso, Tim salió a matar a 15 personas, para luego suicidarse.

No fue un asesino serial. No fue ni asesino relámpago. Tampoco fue un asesino a sueldo ni un profesional. Fue un asesino en masa. Actuó motivado por ansias de intensas de venganza, con deseos de poder dominar a todos los que se burlaban de él y de demostrarles que él sí valía. Buscaba una notoriedad que jamás había tenido en ningún lado. Menos en su casa. Pero había sido entrenado desde muy pequeño a manejar armas de fuego. Su padre se había construido un polígono de tiro en casa y poseía una gran cantidad de armas. Y como buen alemán, todas eran legales.

La mayoría de los asesinos en masa tienen infancias desgarradas. Frecuentemente fueron víctimas de abusos severos durante su infancia, ya sea física, sexual o psicológicamente. Elaboran fantasías compensatorias para poder tolerar el sentimiento de dolor que producen los abusos, haciendo intervenir en esas fantasías elementos sádicos que después aparecen en sus asesinatos. Y normalmente existe una correlación directa entre los abusos que sufrieron en su infancia y los crímenes que cometen, por lo que no es de extrañar la selección que hizo de sus víctimas y la manera de asesinarlas: en declaraciones de compañeros que lo conocieron, queda claro que era objeto constante de hostigamiento, que nadie lo aceptaba y que se pasaba aislado gran parte del día en su casa, sentado ante la computadora. Ante las agresiones de las que era víctima, nunca reaccionaba ni dejaba ver sus emociones. Hasta que se desbordó y ya no le fue posible contenerse.

Era un aficionado a los videojuegos violentos, como el de “Contragolpe”. Y seguramente este hecho será interpretado por todos aquellos que les temen a esas manifestaciones de la agresividad humana pensando que son el principal motor de las tendencias asesinas. Pero esto no es así. Los videojuegos violentos, en personas que han sido enseñadas desde la infancia a manejar sus frustraciones, solo sirven de descarga de energía, de catarsis. Y para muestra, un botón: otros asesinos en masa como Cho Seung-Hui, el que mató a 32 personas en la Universidad Tecnológica de Virginia en el 2007, jamás jugó un videojuego, porque no le gustaban.

Pero Tim, al igual que el coreano, padecía depresiones y había interrumpido su tratamiento. Visitó varias veces una clínica y se le prescribió un tratamiento ambulatorio que nadie, ni él ni sus padres, tomaron en serio.

Los asesinos en masa tienen sus características muy personales, pero todos tienen algunas en común: todos fueron sometidos a relaciones conflictivas con sus padres, todos fueron sometidos a abuso por adultos, ya sea de manera activa o pasiva, y todos generaron un profundo rencor y desconfianza contra su familia, su escuela y la sociedad. Pero también, todos trataron de encontrar quien los detuviera antes de llevar al acto sus fantasías compensatorias. Es decir, todos fueron en un momento dado, rescatables. Y como nadie se dio cuenta, les pasaron una factura muy alta a sus comunidades.
Zocalo-Saltillo

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