Hace algunos años, me sentí interesado en una reunión pública organizada en los suburbios parisinos por la Liga de Derechos del Hombre. El tema era: La Paz en Oriente Próximo ¿Qué soluciones? Esperando aprender algo al respecto, me situé confundido entre el público, en medio de unas 500 personas. En la tribuna estaban sentados el director del debate, Daniel Mermet, el presidente de la LDH en aquel entonces, Michel Tubiana, la representante de la autoridad palestina en Francia, Leila Shahid, el representante de los Comités Palestinos, Bernard Rabéenle, y un representante de la Unión Judía Francesa para la Paz (UJFP), que se expresaba con un fuerte acento inglés.
La tribuna estuvo en el uso de la palabra durante dos horas y media. Yo me quedé estupefacto ante la coincidencia de todos los discursos. Israel era el malvado agresor, y los palestinos las inocentes víctimas. Daniel Mermet se sumaba, tras cada intervención, a esta visión maniquea. Luego, tras la última intervención pidió excusas a la sala diciendo que quedaba muy poco tiempo para el debate, y reclamó a los eventuales participantes que fueran breves. Yo me abalancé al micrófono y pedí cinco minutos.
Renuente, Mermet me concedió tres. Con cierta emoción, comencé diciendo que este conflicto estaba atizado por dos extremismos, la extrema derecha religiosa judía, y la extrema derecha religiosa islamista. Expliqué que aquellos querían un Gran Israel, libre de palestinos, y los otros querían borrar al Estado de Israel del mapa del mundo. Expresé además mi sorpresa por el hecho de que no se hubiera pronunciado ni una sola vez el nombre de Hamas. Expliqué rápidamente lo que era realmente Hamas, y la línea política que defendía. En la tribuna empezaban a moverse nerviosamente, y Mermet intentó interrumpirme, pero yo le arrebaté la palabra un minuto más para concluir. Añadí que valoraba mucho el hecho de que en Francia, judíos y árabes hubieran podido trabajar juntos contra el Frente Nacional, en el seno de SOS Racismo, y que la solución, para el Próximo Oriente no vería la luz más que si cada uno de los contendientes aislaba a sus extremistas religiosos y defendía una sociedad laica. Terminé diciendo que deseaba que los encuentros fueran más equilibrados por parte de la LDH, para que la credibilidad del objetivo pretendido: la paz, fuera mayor. Un gran silencio acompañó toda mi intervención y continuó aun unos largos segundos durante los cuales se habría podido oír el vuelo de una mosca.
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Exponiendo al Islam
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