domingo, 12 de abril de 2009

Empezar a restar

Apr
12
2009
Empezar a restar

María Teresa Jardí
Domingo de Pascua

En el lado comunista de mi familia, en el paterno, se celebraban dos fechas cristianas con comilonas impresionantes, tomando en cuenta lo que ahora comemos, como se celebraba todo lo importante en mi familia, por otro lado. Lo mismo se hacía con los cumpleaños y con cualquier evento digno de celebración: comer, comer y comer.
Las fechas eran la Navidad y el Domingo de Pascua. Este último esperado a lo largo del año y disfrutándolo desde dos o tres días antes con la pintura que de los huevos duros hacíamos con mi padre, para que mi madre adornara con ellos la Mona de Pascua (pastel) invitada principal ese día en la mesa.
Nada más levantarnos el apoderarse de cada uno de los niños esa emoción incomparable que la búsqueda de los huevos de chocolate, traídos, escondidos y dejados por La Coneja nos acompañaría el resto del día. Búsqueda que nos remitiría a la espera ya desde ese momento del Domingo de Pascua del próximo año a pesar de parecer tan increíblemente lejano. Y, después del desayuno, a buscar, los huevos escondidos, por la misma Coneja, supongo que estábamos convencidos, en casa de los iaios y en la de los tíos, antes de sentarnos todos a la mesa a comer para, sin levantarnos, seguir con la sobremesa, hasta llegar a la cena sin haber parado de comer como correspondía hacer en toda celebración importante.
Ya con hijos y sobrinos recuerdo que no era tan fácil, como ahora que hay prácticamente en cualquier sitio, encontrar los huevos de chocolate para esconder. Pero igual eso se ha ido perdiendo hasta llegar a no tener importancia incluso entre los que hacen como que esconden para que busquen los huevos traídos por una Coneja en cuya existencia ya no creen ni los más pequeños.
La importancia de la fecha, descubrí años más tarde, era esa identidad que nos hermana alrededor de una mesa compartiendo los sabores y los olores destinados para ese día en específico. Y eso es también lo que hace que una fecha pueda ir incluso más allá de una fiesta ligada a una religión o una iglesia.
Esos sabores y olores que van haciendo desaparecer las transnacionales. Justamente para, rompiendo la identidad, controlarnos. Colonizando a los pueblos con gobernantes apátridas que todo lo toleran.
En Chuburná de Hidalgo, muy cerca del mercado hay —o había— un tendejón que contaba con un pequeño horno de piedra que funcionaba con leña donde por la mañana y por la tarde elaboraban el exquisito pan francés que la gente de la zona comía.
Un pequeñísimo lugar que vendía también refrescos Pino y soldaditos de chocolate. De los de verdad. De los envasados en botellas de vidrio. De los largos y a veces también de los bajitos y gorditos.
Pero primero los refrescos y luego los soldaditos empezaron a escasear, en tanto la parte de afuera del tendejón cada vez aparecía más “pintadita” anunciando la venta de la bebida y la comida chatarra que a los otros suplía. De manera diáfana se podía seguir el avance, de las empresas transnacionales: de la Coca-Cola y de la Bimbo, para que dejara ese lugar de vender los refrescos que a los yucatecos hermanaban en esos sabores únicos que los remitían a mil recuerdos de infancia, estoy convencida, como de elaborar el pan que ese olor, irrenunciable, despedía.
Inaceptable situación para los monopolios que no toleran ni la menor de las competencias. Y no nos equivoquemos. No toleran la competencia ni siquiera de lugares así de mínimos por el daño económico que esto pueda representarles. Lo que no toleran es el miedo a que el “mal” ejemplo cunda. El miedo a que la sociedad empiece a exigir esos productos en lugar de consumir los destinados a ser consumidos incluso aunque no llenen los requisitos de lo que ofertan. En México, ya se sabe, y, si no se sabe, nos lo ha recordado el impresentable dueño de la Bimbo, que las normas no exigen que se cumpla con lo que dicen que contienen los productos como sí sucede en otros lugares.
Es claro que detrás de todos los males de la humanidad están un puñado de empresas que se han convertido en dueñas del mundo: Monsanto, Bimbo y Coca-Cola… destacan como conocidas productoras de la comida chatarra que convierten a las personas en obesas y diabéticas para beneplácito de los monopolios elaboradores y expendedores de las medicinas que son el otro gran negocio que también afecta a la humanidad entera.
Pero así como los monopolios suman comprando incluso pequeños tendejones sin relevancia económica alguna. Tenemos que aprender a restar los pueblos como asignatura pendiente de aprobar de manera urgente. Somos muchos millones los que tenemos la capacidad de restar. Lo increíble es lo mucho que la humanidad se está tardando en entenderlo. Basta con no comprar sus productos para tronar a esos monopolios.
Por Esto!

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