Mar 26 2009 |
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Jorge Gómez Barata
Tal vez Obama y Hillary se percaten de cuan sencillo sería establecer una relación positiva con América Latina, donde nadie los desafía ni les pide nada, excepto algo que todos pueden dar: comprensión y respeto. No se trata tampoco de una dadiva que Estados Unidos otorgaría a cambio de nada, sino de una oportunidad para construir un liderazgo que es más viable que establecer la hegemonía. A eso pudiera llamarse “poder inteligente”.
En América Latina, donde con enormes dificultades el progreso se abre paso y la Democracia se instala donde por siglos prevaleció la oligarquía y los nuevos operadores políticos, aunque con matices y actitudes diferentes, asumen como estrategia la lucha por el desarrollo y contra la pobreza, nada le sería más rentable a Estados Unidos que sumarse a los cambios en lugar de confrontarlos.
No se trata de una novedad sino de un remake de opciones vigentes en el pasado. Con sus defectos, las políticas de Franklin D. Roosevelt para América Latina se orientaron aceptablemente. La “Buena Vecindad” que no era perfecta fue preferible al “Gran Garrote” y la Alianza para el Progreso prometía ser mejor que las guerras preventivas de Bush. Al trabajar para reorientar el desempeño internacional de los Estados Unidos, sus nuevas autoridades no plantearían exactamente una novedad, sino que intentarían regresar a épocas mejores.
Por la cercanía geográfica y por ser el primer país del Nuevo Mundo en liberarse del colonialismo, fundar la primera república y edificar el primer Estado de Derecho, las vanguardias políticas latinoamericanas del siglo XIX asumieron la experiencia norteamericana como referente. Ello no significa que los próceres y los libertadores se postraran ante el modelo estadounidense o no vieran sus defectos, que algunos como Bolívar y José Martí combatieron y advirtieron.
Los defectos y las carencias del esquema norteamericano visibles desde las etapas fundacionales se agravaron por las actitudes y las políticas asociadas a la conversión de Estados Unidos en un país imperialista y por el entreguismo de las oligarquías criollas que asumieron a las republicas como botín y a nuestros pueblos como rebaños carentes de derechos.
A mediados del siglo XX, el prestigio norteamericano volvió a crecer cuando Estados Unidos se las ingenió para convertir la II Guerra Mundial en una coyuntura propicia y para que Roosevelt asumiera el liderazgo de la coalición antifascista, capitalizara la victoria y elevara a niveles nunca vistos la imagen internacional de los Estados Unidos.
Aquel capital político fue dilapidado por la torpeza de varias administraciones republicanas que poseídas por una opción imperial, prefirieron la violencia y el conservadurismo y consecutivamente arrastraron al país a costosas e inútiles aventuras: Vietnam, Cuba, el respaldo a las dictaduras del Cono Sur y a la conspiración contra los movimientos democráticos, algunos tan legítimos como el Chile de Allende y las guerras sucias en Centroamérica son algunos ejemplos.
El enfoque ultrareaccionario alcanzó su clímax y condujo al desastre con la torpe respuesta al 11/S que pudo ser un momento estelar, mas se convirtió en el eje de una crisis de consecuencias todavía imprevisibles.
El escenario actual presenta novedades. La más descollante es la intención de la Administración norteamericana de cambiar ciertos enfoques y acentos en la política exterior en lo cual, en efecto, ha dado algunos pasos. Si bien esos pasos no bastan, tampoco es suficiente con que Estados Unidos cambie, también habría que cambiar en América Latina, que es exactamente lo que está ocurriendo y de lo cual Obama y Hillary debieran tomar nota.
Ninguno de los procesos políticos que hoy tienen lugar en América Latina perjudica a Estados Unidos. Venezuela, Bolivia y Ecuador, lo mismo que Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Ecuador, Nicaragua o El Salvador, como también Guatemala, Honduras y otros, hacen aprobar constituciones modernas, reivindican derechos que los norteamericanos conquistaron hace doscientos años y tratan de establecer regimenes y estilos democráticos que Estados Unidos dicen admirar.
No conozco un solo país con el que una administración norteamericana menos imperial, moderna y moderada no pueda convivir. Obama le ha propuesto a Irán “volver a comenzar”. Aquí, donde ninguna mano se levanta contra Estados Unidos y donde no sólo no hay cohetes ni bombas que preocupen sería más fácil. Ponga manos a la obra. ¡Ahora!
En América Latina, donde con enormes dificultades el progreso se abre paso y la Democracia se instala donde por siglos prevaleció la oligarquía y los nuevos operadores políticos, aunque con matices y actitudes diferentes, asumen como estrategia la lucha por el desarrollo y contra la pobreza, nada le sería más rentable a Estados Unidos que sumarse a los cambios en lugar de confrontarlos.
No se trata de una novedad sino de un remake de opciones vigentes en el pasado. Con sus defectos, las políticas de Franklin D. Roosevelt para América Latina se orientaron aceptablemente. La “Buena Vecindad” que no era perfecta fue preferible al “Gran Garrote” y la Alianza para el Progreso prometía ser mejor que las guerras preventivas de Bush. Al trabajar para reorientar el desempeño internacional de los Estados Unidos, sus nuevas autoridades no plantearían exactamente una novedad, sino que intentarían regresar a épocas mejores.
Por la cercanía geográfica y por ser el primer país del Nuevo Mundo en liberarse del colonialismo, fundar la primera república y edificar el primer Estado de Derecho, las vanguardias políticas latinoamericanas del siglo XIX asumieron la experiencia norteamericana como referente. Ello no significa que los próceres y los libertadores se postraran ante el modelo estadounidense o no vieran sus defectos, que algunos como Bolívar y José Martí combatieron y advirtieron.
Los defectos y las carencias del esquema norteamericano visibles desde las etapas fundacionales se agravaron por las actitudes y las políticas asociadas a la conversión de Estados Unidos en un país imperialista y por el entreguismo de las oligarquías criollas que asumieron a las republicas como botín y a nuestros pueblos como rebaños carentes de derechos.
A mediados del siglo XX, el prestigio norteamericano volvió a crecer cuando Estados Unidos se las ingenió para convertir la II Guerra Mundial en una coyuntura propicia y para que Roosevelt asumiera el liderazgo de la coalición antifascista, capitalizara la victoria y elevara a niveles nunca vistos la imagen internacional de los Estados Unidos.
Aquel capital político fue dilapidado por la torpeza de varias administraciones republicanas que poseídas por una opción imperial, prefirieron la violencia y el conservadurismo y consecutivamente arrastraron al país a costosas e inútiles aventuras: Vietnam, Cuba, el respaldo a las dictaduras del Cono Sur y a la conspiración contra los movimientos democráticos, algunos tan legítimos como el Chile de Allende y las guerras sucias en Centroamérica son algunos ejemplos.
El enfoque ultrareaccionario alcanzó su clímax y condujo al desastre con la torpe respuesta al 11/S que pudo ser un momento estelar, mas se convirtió en el eje de una crisis de consecuencias todavía imprevisibles.
El escenario actual presenta novedades. La más descollante es la intención de la Administración norteamericana de cambiar ciertos enfoques y acentos en la política exterior en lo cual, en efecto, ha dado algunos pasos. Si bien esos pasos no bastan, tampoco es suficiente con que Estados Unidos cambie, también habría que cambiar en América Latina, que es exactamente lo que está ocurriendo y de lo cual Obama y Hillary debieran tomar nota.
Ninguno de los procesos políticos que hoy tienen lugar en América Latina perjudica a Estados Unidos. Venezuela, Bolivia y Ecuador, lo mismo que Argentina, Uruguay, Paraguay, Brasil, Ecuador, Nicaragua o El Salvador, como también Guatemala, Honduras y otros, hacen aprobar constituciones modernas, reivindican derechos que los norteamericanos conquistaron hace doscientos años y tratan de establecer regimenes y estilos democráticos que Estados Unidos dicen admirar.
No conozco un solo país con el que una administración norteamericana menos imperial, moderna y moderada no pueda convivir. Obama le ha propuesto a Irán “volver a comenzar”. Aquí, donde ninguna mano se levanta contra Estados Unidos y donde no sólo no hay cohetes ni bombas que preocupen sería más fácil. Ponga manos a la obra. ¡Ahora!
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