LA ASTROLOGÍA, UNA GRAN FARSA
LA ASTROLOGÍA, UNA GRAN FARSA |
La astrología, antes una “ciencia” hoy una mera superstición, nació en la antigüedad con el pomposo nombre de “ciencia de los astros”.
El hombre, eterno imaginativo, desconociendo las distancias estelares “creyó” ver en el cielo nocturno ciertas figuras formadas con líneas imaginarias que unían las estrellas más llamativas de los distintos grupos, a las que denominó constelaciones, uno de cuyos conjuntos constituye el zodíaco, nombre que deriva de las figuras de animales de que está compuesto en su mayor parte.
Según la mayoría de los arqueólogos y mitólogos, el zodíaco fue una creación de los sacerdotes-astrónomos de Babilonia, que poseía un doble carácter: científico y religioso. (Aunque, la astrología surgió también en Egipto no se sabe si por influenza babilónica o independientemente, según el historiador Jaques Pirenne, en su Historia del Antiguo Egipto, volumen III, pág. 215). En efecto, puede decirse que la ciencia astronómica nació como astrología, una mezcla de conocimiento y superstición. En la medida que aquella se fue desgajando de esta última se ha ido convirtiendo en auténtico conocimiento de los astros. Así el antiguo zodíaco sirvió de base tanto para las observaciones de los astrónomos quienes valiéndose de sus doce divisiones señalaron la posición de los planetas como para los astrólogos que lo utilizaron en sus predicciones observando en sus asterismos y en los siete planetas los focos principales que influían sobre la Tierra.
El zodiaco también fue objeto de culto en las religiones astrales que divinizaban a las constelaciones y está dividido en doce partes iguales o signos, contados a partir de la posición aparente que ocupa el Sol en el equinoccio de primavera septentrional.
Estas constelaciones zodiacales son atravesadas sucesivamente por el Sol durante el año.
El hombre de todos los tiempos, intrigado por lo que le depara el destino, siempre quiso conocer su futuro, y la astrología con su horóscopo podía satisfacer esa curiosidad tan acuciante e incluso ofrecer al interesado la oportunidad de ponerse en guardia e intentar esquivar o torcer su destino si este se presentaba aciago, y los antiguos, incluso grandes personajes de la historia, recurrían a sus servicios.
Sin embargo hoy, a pesar de los espectaculares avances de la auténtica ciencia de los astros: la astronomía, son legión los seguidores de la astrología.
El horóscopo es la representación esquemática de los astros dentro de los signos del Zodíaco como supuestos determinantes según el “cielo de nacimiento”.
En esencia, la astrología pretende que los caracteres y el destino de un individuo dado, dependen de cierta configuración de los astros —en especial el Sol, la Luna y los planetas— en el momento de su nacimiento.
Pero es de notar que un horóscopo da lugar a interpretaciones totalmente arbitrarias. Hay tantos astrólogos como explicaciones diferentes y notoriamente contradictorias.
Es cierto que los astros nos envían sus rayos luminosos. El Sol, fuente de vida, nos provee de energía a través de los vegetales que la captan mediante la función clorofílica constituyendo así el alimento básico de los animales. La Luna y el Sol, con su fuerza atractiva originan las mareas. Pero de ahí a creer que las influencias de los astros pueden ser tales que determinen nuestros días felices o aciagos dentro de un infundado determinismo fatal, es un mayúsculo disparate.
La fantasía ha hecho que se bautizara al planeta Marte como dios de la guerra. ¡Claro!, puesto que presenta para nosotros un color rojo como la sangre, debe influir “de algún modo” para que el recién nacido bajo “su poder”, sea un guerrero que derrama sangre en las batallas en la adultez.
Júpiter con su destacado y potente brillo debe insuflar al que nace cuando se halla reluciente en el cielo: potencia y dominación. Por su parte, la constelación del León se asocia a la idea de poder, ardor y virilidad. La de los Peces, por supuesto se relaciona con la humedad, la sangre fría.
Si embargo, puesto que las constelaciones son el fruto de la más pura imaginación y las estrellas no sugieren ni remotamente los seres que representan para los astrólogos, aquí estamos en presencia de la más flagrante nesciencia.
Miremos el cielo estrellado, allí no existe, ni por asomo, Acuario, la Virgen el Cangrejo, Aries, ni cosa terráquea alguna. El Zodiaco es un simple mito para los astrónomos. Hoy la astronomía sabe que las estrellas componentes de una constelación se hallan a distancias en profundidad muy diferentes de nosotros y entre ellas mismas, y que en la mayoría de los casos no existe ningún vínculo entre las que aparecen en un mismo plano y “vecinas” entre sí sólo para nosotros como observadores terráqueos.
Pero hay más. Desde que se inventó el Zodíaco en la remota antigüedad, hasta nuestros días, la denominada en astronomía precesión de los equinoccios hizo correr los casilleros de las doce divisiones. Por ejemplo Aries ya no ocupa aquella primigenia posición, la cual ha sido reemplazada ahora por el casillero que encierra a los Peces desde el 1 de marzo al 21 de abril, pero los astrólogos continúan diciendo que el astro del día atraviesa un signo seco, activo, voraz, esto es Aries o Carnero.
En los libros de astrología también podemos ver revivida aquella física de la antigüedad que aceptaba sólo cuatro elementos a saber: agua, fuego, aire y tierra, con sus cuatro propiedades: calor, frío, humedad, sequedad, y los cuatro humores: sangre bilis, bilis negra y flema. Estas cualidades han sido distribuidas aleatoriamente entre los planetas, signos zodiacales y casas o sectores de la esfera celeste entre el horizonte y el meridiano.
La astrología no resiste la menor crítica científica ni una objeción lógica. ¿En qué medida pueden influir los astros sobre el instante del nacimiento con respecto a la víspera o el día siguiente?
Sabemos que los planetas emiten una energía muy débil y el recién nacido en día nublado cuando los rayos solares son detenidos, ¿recibirá la misma influencia que otro nacido en un día diáfano?
Además la astrología ignora totalmente la genética y la herencia. Basta con tomar en cuenta un detalle clave para que los soñadores de la astrología queden en ridículo: sabemos que los niños nacidos a la misma hora en las maternidades del mundo, tienen distintos destinos y caracteres totalmente dispares.
Los fracasos de los pronósticos astrológicos fueron y son resonantes. Podemos citar el caso de la predicción del diluvio para el mes de febrero del año 1524 que alarmó Francia y Alemania. Como una burla telúrica a la superstición, ese mes y año se produjo una descomunal sequía.
Cada fin de año, los astrólogos tienen por costumbre proporcionar a la prensa sus predicciones para el nuevo año. Pero si analizamos minuciosamente y con criterio objetivo los textos, pronto nos percataremos de que se trata de una redacción con un contenido impreciso, ambiguo, oscuro, sibilino. Otros, más audaces añaden ciertos sucesos de probable advenimiento que pueden producirse en base a un cálculo aplicado al estado de cosas del presente “según van los acontecimientos”. Si cierto personaje político tiene avanzada edad y se encuentra muy enfermo, es probable que fallezca el próximo año. Si existe un conflicto en cierne entre dos naciones o pueblos, es probable que entren en guerra; si la economía de tal o cual país se presenta insegura es posible el advenimiento de una crisis, y así sucesivamente se va “profetizando” lo más probable por si acaso se da el acierto que puede catapultar hacia la fama al astrólogo agraciado con la suerte.
Si embargo ningún astrólogo predijo el alunizaje, el invento de la televisión y la computadora, las vistas de Marte y otros planetas en fotografías captadas por zondas espaciales, ni el lanzamiento de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki, ni el desmembramiento de la Unión Soviética, ni la guerra de las Malvinas.
Hacia fines de 1967, el llamado “mago de Nápoles”, Aquiles D’Angelo, vaticinó que 1968 iba a ser el año del descubrimiento de la cura del cáncer. Los pobres desdichados que con ciertas esperanzas leyeron el despacho de Roma del 18/12/67, se cansaron de esperar. Hoy aquellos desahuciados están en la tumba y el cáncer aún o ha sido vencido totalmente.
Nostradamus (Médico y astrólogo francés (1502-1566) quién publicó su famosa obra de predicciones titulada: Almanaque, traducida a varios idiomas se hizo célebre, pero sus profecías se hallan redactadas en un lenguaje sibilino del cual es posible extraer distintos significados adecuados a lo acontecimientos que se desean relacionar con dichas “profecías”. Por otra parte, en sus predicciones claras y precisas cometió errores garrafales.
A su vez los agoreros no se ponen nunca de acuerdo para la interpretación de los almanaques zodiacales. Jerónimo Cardan (o Cardano) médico, matemático y físico italiano (1501—1576), inventor de la suspensión Cardan y descubridor de la fórmula para la resolución de la ecuación de tercer grado, fue también un gran astrólogo. Uno de su crasos yerros ha sido la confección de un horóscopo para el rey de Inglaterra, Eduardo VI, que entonces tenía sólo 15 años. Le predijo una larga vida y una serie de enfermedades que iba a padecer después de los 35 años. Pero… el pobre rey murió a los l9 meses de haberse enterado de su horóscopo.
La astrología debe ser considerada solo como un simple y tonto entretenimiento que se publica en las páginas de los periódicos y revistas para un público masivo, y sólo eso. Su peligro radica en la posible conducta de algunos creyentes que pueden tomar muy en serio los horóscopos y ver complicada su existencia o entorpecer la de los demás por seguir al pie de la letra algunos consejitos para esquivar el destino y vivir en “armonía y felicidad”.
La astrología no es ninguna ciencia de los astros como lo indica su nombre, no tiene nada de científico, es una simple mancia (sufijo latino que significa adivinación) en este caso utilizando los astros, por cuanto la verdadera denominación de esta superstición debe ser astromancia.
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