sábado, 7 de febrero de 2009

México.- A medianoche del 9 de junio de 2006, Mani Shaman Al Utaybi, Yassar Talal Al Zahrani y Ali Abdulah se dirigieron a la parte posterior de sus respectivas celdas ubicadas en el Campo 1 de la prisión de Guantánamo.

Llevaban cuerdas que habían elaborado previamente con pedazos de sábanas y ropa. Subieron a los lavabos de acero inoxidable. Amarraron las cuerdas en la parte superior de las rejas, las enredaron a sus cuellos y se ahorcaron.

Fue un suicidio colectivo perfectamente coordinado: aprovecharon los tres minutos que los guardias tardaban en pasar por sus celdas. Los centinelas descubrieron los cuerpos 20 minutos después. Previamente los suicidas colocaron sus ropas en sus respectivas camas para simular que dormían.

Los tres habrían dejado notas escritas a mano en las que supuestamente explicaban las razones de su sacrificio. El Pentágono se negó a revelar el contenido de éstas. Según el Centro de Derechos Constitucionales (CCR, por sus siglas en inglés), organización con sede en Nueva York que representa a decenas de presos que se encuentran en Guantánamo, los tres prisioneros habrían “pactado” su suicidio colectivo para terminar con el infierno que padecían y llamar la atención de la comunidad internacional sobre la situación de los presos de Guantánamo (“Proceso” 1546).

En julio de 2002, Ahmed –yemenita de 28 años– fue golpeado salvajemente durante un interrogatorio y en otros más recibió descargas eléctricas; en febrero de 2003 Al Utaibi –saudita de 30 años– fue golpeado, amenazado de muerte y violado por uno de los guardias; y entre abril y septiembre de 2005 Al Zahrani –de 21 años, también saudita– recibió descargas eléctricas y fue objeto de abusos mentales durante los interrogatorios.

Tenía 17 años de edad cuando fue recluido en Guantánamo. Uno de ellos, Al Utaibi, desconocía que el Pentágono había ordenado su liberación junto con otros 140 prisioneros.

De acuerdo con el informe Condiciones de Aislamiento en el Centro de Detención de Guantánamo, elaborado por la organización Amnistía Internacional (AI) en abril de 2007, hasta antes de la muerte de los tres jóvenes árabes se habían registrado en dicha prisión más de 40 intentos de suicidio. Un informe del CCR de junio de 2006 señala que sólo durante 18 días –del 18 al 26 de agosto de 2003– 23 prisioneros intentaron quitarse la vida. Este último informe recoge datos del Pentágono: 350 detenidos intentaron “autoflagelarse” en 2003 y 210 de ellos lo siguieron intentando en 2004. Esta organización de abogados sospecha que el término “autoflagelación” es un eufemismo que Washington utilizó para ocultar los intentos de suicidio.

Otro preso, Abdulraham Al Manrly, ciudadano saudita, también se ahorcó en su celda del Campo 5.

En su informe, AI recoge el testimonio del paquistaní Jumah Al Dossari, quien ingresó a Guantánamo en 2002 en uno de los llamados “vuelos secretos de la CIA”.

El detenido aseguró que sufrió golpizas y constantes amenazas de muerte. Contó que durante un interrogatorio, uno de los oficiales le aventó a la cara sangre menstrual y después le hizo meter la cabeza en un recipiente de agua helada.

Al Dossari intentó suicidarse 12 veces. El 15 de octubre de 2005 trató de colgarse de una soga dentro de su celda ubicada en el Campo 5. Posteriormente buscó quitarse la vida para explicar al mundo cuán desesperante e intolerable es la situación dentro de esa prisión. Esos intentos fallidos le dejaron una costilla rota y 14 puntos de sutura en el brazo derecho. El 12 de diciembre de ese año se reabrió la herida de su brazo y se laceró su bíceps derecho.

El arte de torturar

Los primeros prisioneros acusados de terrorismo ingresaron a Guantánamo el 11 de enero de 2002. Un mes después –7 de febrero– el presidente George W. Bush emitió un memorándum en el que su gobierno califica a los detenidos como “combatientes enemigos”, una fórmula para evadir las obligaciones sobre prisioneros de guerra establecidos en la Convención de Ginebra.

Desde entonces han pasado por esta cárcel cerca de 800 personas de 40 países, a la mayoría no se le han formulado cargos ni han sido sometidos a juicio. Al menos 12 de ellos tenían menos de 18 años cuando fueron puestos bajo custodia del ejército estadounidense. De 2002 a la fecha 520 prisioneros fueron liberados o enviados a otros países.

El informe de AI señala que, “en contravención de las normas internacionales, las celdas no tienen luz natural ni aire fresco. Están alumbradas las 24 horas del día por lámparas fluorescentes controladas por los guardias”. No tienen contacto con otros prisioneros y su movilidad es casi nula. Se les niega la posibilidad de hablar, recibir visitas o contactarse con sus familiares.

Los detenidos no poseen objetos personales, más que un libro del Corán. A los que “se portan bien” y son “cooperativos” les permiten una alfombrilla para realizar oraciones, algún libro –casi todos en inglés, a pesar de que la mayoría no lee en este idioma– y, a veces, papel y lápiz.

El Campo Eco es un conjunto de casetas separadas del resto de los centros de reclusión. Los guardias llevan a este lugar a los “castigados”. El aislamiento es extremo: no hay posibilidad de contacto con la luz ni ruido exteriores. Aquí los reclusos pueden pasar meses sin contacto humano, en algunas ocasiones con intensa luz que impide dormir o en la oscuridad total.

De acuerdo con testimonios de los prisioneros liberados o de abogados de los detenidos, los guardias e “interrogadores” realizan diversas formas de tortura física y mental: propinan golpizas, amenazan de muerte, inmovilizan a los presos por horas con grilletes y cadenas, los desnudan y someten a temperaturas extremas, los privan durante días de todos los sentidos (vendan sus ojos, tapan sus oídos, les colocan cintas adhesivas en la boca), sumergen sus cabezas en agua hasta el punto de la asfixia. Pero hay otros métodos de tortura: En mayo de 2004, el prisionero Mohammed Jawad fue sometido al programa “viajero frecuente”, el cual consiste en trasladarlo con grilletes de una celda a otra en períodos de entre dos y cuatro horas hasta en 112 ocasiones. El objetivo: “asegurar que el sueño del detenido se vea interrumpido el mayor número de veces”.

Nizas Sassi y Mourad Benchellali, dos ciudadanos franceses contaron a su abogado Jacques Debray (Proceso 1453) que fueron objeto de “experimentos médicos”: los obligaban a tomar pastillas y les aplicaban inyecciones.

Debray narró que esos “tratamientos” los embrutecían: su cabeza se caía hacia atrás, se sentían mareados, ausentes, confusos. Explicó que, después de unas “misteriosas inyecciones”, algunos presos despertaron con el cuerpo totalmente cubierto de pústulas. Nunca supieron qué tipo de medicamentos les aplicaron, pero afirmaron que después de ser drogados, un médico o enfermero los visitaba y les hacía preguntas precisas sobre el efecto del “tratamiento”.

Según los testimonios recogidos por AI, los guardias e interrogadores vejan también a los prisioneros con acciones que violentan sus valores culturales y religiosos, como mostrarles material pornográfico u orinar sobre ellos.

El informe expone varios ejemplos. Uno de ellos: en enero de 2007 el abogado de Bisher Al Rawi refirió que su cliente “tenía buena salud y se expresaba muy bien” cuando ingresó a Guantánamo en 2003. Sin embargo, después de estar en un régimen de incomunicación en el Campo 5, “se estaba hundiendo en la locura”.
Zocalo-Saltillo

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