martes, 23 de diciembre de 2008

De altas y bajas

Dec
23
2008
De altas y bajas

Jorge Lara Rivera

Sin caer en esa propensión del Ejecutivo federal al fácil expediente del héroe express -ligth, descafeinado-, uno no puede menos que suscribir la declaración del C. Gral. Guillermo Galván Galván, Secretario de la Defensa Nacional, ante el asesinato de ocho integrantes de nuestro Instituto Armado.
Independientemente de las investigaciones que merecen sus antecedentes y conducta reciente de esos efectivos caídos (toda vez que pudo tratarse de ajusticiamientos cometidos entre gente contaminada por relaciones dudosas con el mundillo del hampa como, se ha verificado, sucediera en hechos de semejantes cariz que en meses recientes han tenido lugar), por lo que no se debe apresurar ninguna conclusión laudatoria persiguiendo tan sólo el simple objeto de no despertar susceptibilidades entre las fuerzas armadas (lo cual resultaría explicable en gobiernos débiles o regímenes espurios), las cuales son aptas para soportar eso y mucho más, el salvaje acto merece nuestro repudio.

Y es que su levantón, asesinato y decapitación se inscribe en la misma lógica sangrienta del bajuno atentado que manos criminales perpetraron contra el pueblo de México hace tres meses. Por eso asiste la razón al General Secretario: efectivamente, se trata de un error, un grave y terrible error de la delincuencia organizada ya que, únicamente, exacerba la animadversión que entre la gente pacífica provocan acciones suyas de esta naturaleza oprobiosa.
Por otra parte, a pesar de lo pertrechadas que estén las organizaciones criminales, al carecer de misión justiciera y objeto lícito, no cuentan con base social suficiente que legitime sus graves infracciones a las normas de convivencia ni les confiera el mérito liberatorio de la subversión, lo que torna a esta bajeza en un acto temerario rayano en el suicidio.
Sin importar lo equivocados que estén quienes conducen al país por tan accidentadas sendas, si hay en el país una Institución lo suficientemente fuerte y determinada para cumplir con sus altas tareas para con la sociedad es el Ejército de la República. Malhaya quien así lo desafía y con él a la voluntad nacional de recuperar su soberanía escamoteada dondequiera que alguien la ponga en tela de duda.
Hasta hace relativamente poco tiempo, pese a la ferocidad de los enfrentamientos entre grupos rivales del bajo mundo y sus horrorosos resultados, existía algún margen para un mal arreglo. Desde la noche del 15 de septiembre, las posibilidades de cualquier tregua se disiparon. A estas alturas de las circunstancias no sólo han desaparecido, sino que se tornan imposibles.
En esta hora de prueba nadie debe hacerse ilusiones, ni siquiera las ínfimas; no vale ni siquiera abrigar dudas en torno a la unidad del pueblo con nuestro Ejército. Y los delincuentes van a tener ocasión sobrada para lamentarlo.
Esta vez, el enojo que han suscitado no se trata del que proviene de ese oportunismo declarativo de figurones de relumbrón señalados, como el Cardenal Arzobispo Primado de México, que nos viene con el bonito discurso de que "no se puede pactar con el mal" y que "un arreglo con los delincuentes no es admisible". Precisamente él, a quien habría que recordarle los suyos, propios, con aquel sacerdote acusado de pederastia, los escándalos por fraudes millonarios de obispos a su cargo, y aquellos otros, originados por las narcolimosnas que son tan bien recibidas en su diócesis sin mirar de quien provienen, en la libre interpretación de hacer el bien sin fijarse mucho. No, esa ambivalencia moral ya es consabida en el clero.
Y por supuesto, nada tiene que ver con la retórica de bravatas de quienes desde el poder, irresponsablemente desgastan la respetabilidad de las instituciones, jugando con fuego a incendiar el país, lo cual sólo revela su inconsistencia ética.
Tampoco tiene mucho que ver el malestar provocado con esa mascarada de la hipocresía y la tozudez, a las que son tan afectos quienes cierran los ojos frente a las múltiples evidencias que proporciona la realidad con respecto a que el Tratado de Libre Comercio de América del Norte tiene que ser revisado y urge la acción política eficaz para evitar que se rompa el precario equilibrio social en que se mantienen decenas de millones de mexicanos que bordean el abismo de la miseria.
Claro que no; allí la necedad y la obcecación más cerriles se niegan a considerar la posibilidad de que las acciones gubernamentales de los Estados Unidos y el Canadá a favor de sus respectivas industrias automotrices, hoy en apuros, son un mentís a su mansa aplicación del catecismo neoliberal y ponen de manifiesto que les han visto la cara de tontos en todo eso del proteccionismo "reprobable para la economía de mercado" -cuando de países ajenos se trata, claro; aunque sea presentado como perfectamente correcto, en relación con las empresas nacionales y lógico correlato de la alta responsabilidad que las autoridades tienen -y deben primar- con el bienestar, ante todo, de sus pueblos (¡cómo podrían comprenderlo esos descastados vendepatrias!).
Nuestro poderoso vecino del Norte, vía Miss Condoleezza Rice y la temible Iniciativa Mérida, ha expresado solícito su preocupación por el desorden en que vivimos. Ellos nunca ofrecen algo por nada. No estamos en un estado de excepción, ni mucho menos; pero, aunque resulte indeseable, podríamos estarlo... Y eso sí que cambiaría la situación.
Definitivamente, quienes ordenaron la vergonzante acción llevada al cabo contra los militares este fin de semana han calculado mal, pésimamente, los riesgos que entraña provocar de modo tan vejatorio a las fuerzas armadas, honor y salvaguarda de la nación y, más temprano que tarde, lo lamentarán. Al tiempo, al tiempo.

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