Ser "indio" en Chihuahua
El pueblo indígena que una vez fue amo y señor de la Sierra de Chihuahua —enemigo acérrimo de los Apaches, contra los cuales combatía antes de que los españoles llegaran a estas tierras septentrionales— ha quedado reducido a meros asentamientos irregulares. “Somos los olvidados”, dijo mi informante, una mujer vecina de esta colonia situada al extremo sur de la Ciudad, en algún punto entre el Cerro Grande y La Puerta de Chihuahua.
Es difícil ubicar el lugar geográficamente, puesto que sus calles no tienen nomenclatura. Tampoco hay drenaje, ni agua potable, ni Iglesias o dispensarios médicos. Unos cuántos tienen fosas sépticas, pero la mayoría defeca al aire libre. En cuanto a la luz eléctrica, casi todos los vecinos están “colgados” de los postes a la brava. Hay una escuela que oficia de kinder y primaria, la cual a veces funciona. Los maestros son tarahumaras y chabochis, pero faltan mucho: dicen que van a cursos. Las autoridades del gobierno del estado y del municipio han ido algunas veces a visitar la colonia.
Hay mucho alcoholismo entre los adultos y bastantes niños de entre 8 y 13 años inhalan resistol. La mitad de los habitantes de esta colonia son tarahumaras y la otra mitad son chabochis. Los hombres tarahumaras trabajan como peones en construcciones, unos cuantos hacen artesanías que venden en el centro, afuera de la catedral. Pocos de ellos son bilingües; viven hacinados entre basura y heces fecales. Unas mujeres tarahumaras me negaron la palabra cuando les dije: ¿me dejan tomarles unas fotos? Me mandaron olímpicamente al carajo.
“Oiga, le pregunté a mi informante, ¿usted cree que estos tarahumaras están mejor aquí que en la Sierra?” Ella no vaciló nada para responderme: “yo creo que estaban mejor allá en la sierra, porque allá de perdida podían sembrar poquito y tener algo de maíz y frijol, en cambio aquí, pues viven de comer tres pesos de salchicha y pan blanco”.
Pero no nada más comen eso, cuando el excremento humano se seca al aire libre, acaba por volverse polvo. Luego el viento sopla y levanta este polvo sobre los alimentos. ¿Cómo se vería un niño rico en estos lugares comiendo polvo?, ésto es lo que iba yo pensando cuando la mujer me gritó: “¿ya se va?” “Si, le dije, gracias, voy a hacer lo posible por que se publique este reportaje”.
La mujer, mitad tarahumara y mitad chabochi, sólo se me quedó viendo. “Volveré, le dije, para ver como sigue esto”, pero no me escuchó, ya se había dado la media vuelta. Me subí a mi coche, vi el Cerro Grande, impasible, como valiéndole madre todo el penar que sufrimos los seres que animamos sobre la faz de la Tierra. Y pensé: “Pos si ... pero esta más de la chingada ser indio”.
Por Daniel Martinez publicado en El Universal
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