viernes, 4 de septiembre de 2009

Obama: ¿un paso adelante o dos atrás?

Obama: ¿un paso adelante o dos atrás?
2009-09-04


Jorge Gómez Barata

La derecha norteamericana acusa a Barack Obama de ser socialista, cosa que la izquierda militante considera un disparate. Unos y otros son prisioneros de estereotipos según los cuales, el socialismo es un conjunto de preceptos y fórmulas aplicados a la realidad y no una mutación de la realidad misma. Otro defecto de esa concepción es la incapacidad para comprender que los líderes no aparecen por accidentes históricos, sino que son resultado de esos mismos procesos.

Debidamente contextualizada, en los Estados Unidos de hoy, la propuesta de Obama respecto a la reforma del sistema de salud y otras de índole social, se aproximan a reivindicaciones socialistas. A tales efectos, recomiendo leer a Marx: “Para nosotros, el comunismo no es un estado que debe implantarse, un ideal al que haya de sujetarse la realidad. Nosotros llamamos comunismo al movimiento real que anula y supera al estado de cosas actual…” Cámbiese la palabra comunismo por socialismo. (Las cursivas son de Marx)
La cita proviene de la Ideología Alemana, una obra común de Carlos Marx y Federico Engels, que data de 1945 y que, según Louis Althusser, constituye un hito en el ámbito teórico y marca el fin de la juventud del autor y señalando una especie de “corte epistemológico” o un tránsito hacia la madurez. Cuando hace unos 30 años me enteré que Lenin no había conocido este texto (publicado por primera vez en 1932) me expliqué algunos desatinos teóricos.
Del mismo modo que, aunque con reservas, antes y ahora se habló de socialismo real, árabe o escandinavo, economía social de mercado en Alemania, socialismo con rostro humano y con características chinas y de la doctrina social de la Iglesia y en Sudamérica, donde ahora se trabaja por impulsar el Socialismo del siglo XXI antes, Haya de la Torre, Mariátegui y Prestes reflexionaron sobre variantes indigenistas y autóctonas.
Con tales antecedentes, no sería extraño que alguna vez surja un socialismo norteamericano que asumirá los credos filosóficos y los colores de aquella sociedad y las demandas del pueblo estadounidense. Una raya más no hará peor al tigre y, según Carlos Marx, mientras más avanza el capitalismo, más cerca se está del socialismo que, según se afirma, será nacional por su forma. En cualquier caso, por largo que sea el camino, comenzará por los primeros pasos.
A propósito recuerdo que uno de los argumentos esgrimidos por los ponentes de las corrientes sectarias y micro fraccionarias que en los años sesenta afectaron a la Revolución Cubana y a su organización política era la condición de no marxista de los líderes y de los comandantes revolucionarios; en esa época se llegó a descalificar a la Historia me Absolverá, virtual programa de la Revolución, por no ser un “documento marxista ni socialista”.
La acusación contra Obama no es original ni inofensiva, sino que cuenta con antecedentes, el más reciente y opulento fue el cuestionamiento de la ejecutoria de Franklin D. Roosevelt que para sacar al país de la crisis de los años treinta, no sólo usó las palancas del Estado para confrontar a los monopolios y a la clase política atrincherada en el Congreso y el Tribunal Supremo, sino que, a su manera, acudió a la movilización de la juventud y de las masas, incluyendo a los trabajadores cuya sindicalización auspició. El hecho de que el pueblo americano lo reeligiera en tres oportunidades fue un reconocimiento a la obra social realizada en aquel periodo, que no fue únicamente keynesianismo.
Roosevelt introdujo el salario mínimo, el seguro federal a los depósitos bancarios, el desayuno y el almuerzo escolar, los cupones de alimentos para las familias de bajos ingresos, la ayuda alimentaria a las embarazadas y a los descendientes de los pueblos originarios que habitan las reservaciones indígenas, los subsidios agrícolas para salvar de la ruina a los agricultores, creó agencias para generar empleo destinados a los jóvenes y decenas de otras medidas que fueron rechazadas por las elites tradicionales, a las cuales, a diferencia de Obama, pertenecía.
En el plano internacional Roosevelt no vaciló en reconocer a la Unión Soviética y establecer con ella una alianza estable y estrecha en la lucha antifascista y llegar a compromisos conjuntos para la posguerra, entre ellos la creación de un sistema de seguridad internacional con base en la ONU. Es probable que de haber vivido un poco más, no se hubiera lanzado la bomba atómica sobre ciudades pobladas ni desatado la Guerra Fría.
En esa época, bajo el gobierno de Truman, la reacción norteamericana pasó de las palabras a los hechos y a los ambientes políticos fomentados en los tiempos de la lucha antifascista y de la alianza con la Unión Soviética, en el plano internacional respondió con la Guerra Fría y en la vida doméstica con la histeria anticomunista que alcanzó su clímax con el McCarthysmo.
Si bien se acepta que en coyunturas históricas específicas, con liderazgos calificados, en algunas de sus variantes, el socialismo es un proceso que se implanta incluso en países pobres y subdesarrollados, también es preciso admitir que en lugar de ser introducido desde fuera, también puede, como creía Marx, venir desde adentro como un resultado endógeno del desarrollo de las relaciones sociales.
Naturalmente, dada la relevancia de los Estados Unidos, su peso específico en la política mundial y su comportamiento internacional, históricamente negativo, especialmente respecto a los países del Tercer Mundo y ante problemas globales, cualquier signo progresivo en su política, además de los componentes nacionales, deberá incluir decisivos cambios en la política exterior. Dejar de ser un imperio para ser un líder, renunciar a la fuerza para privilegiar la cooperación y en lugar de aspirar a la hegemonía interesarse por los problemas de la humanidad, cambiando de adversario a aliado, es todavía una quimera.
Esas realidades no impiden comprender que, debido a que el desarrollo histórico se integra mediante procesos a veces dilatados y difíciles, los líderes políticos no siempre merecen ser juzgados por aquello que logran sino por lo que se proponen, por los programas que trazan y las metas que avizoran que, con frecuencia sobrepasan la duración de sus mandatos y a veces de su vida. Tampoco la firmeza se mide por las fuerzas a las que se derrota, sino por el valor conque las confronta.

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