Del comunismo al consumismo
Desde la caída del Muro de Berlín, en 1990, los ex satélites de la URSS limítrofes con Austria han visto florecer los hipermercados y grandes superficies comerciales al estilo americano. En Hungría, por ejemplo, la participación de las grandes superficies extranjeras en el sector alimentario ha subido en los últimos cinco años de un 0% a un 18%. Y ello, unido a la amplitud de los horarios los comercios pueden abrir 24 horas diarias, siete días por semana , ha entusiasmado al acaudalado consumidor austriaco, contrariado por las restricciones proteccionistas de su tierra 10 horas los días laborables y cuatro más los sábados .
En Eslovaquia, en Hungría, en la República Checa, en Eslovenia...las tiendas abren desde las siete de la mañana hasta las nueve de la noche incluidos los domingos. Y eso cuando no permanecen abiertas las 24 horas del día como los establecimientos de la cadena británica Tesco en Bratislava (Eslovaquia), que, situada a 60 kilómetros de la capital austriaca, se ha convertido en el destino preferido de los vieneses.
Por si fuera poco, los irrisorios precios vigentes en estos países contribuyen a dar más alegría al éxodo austriaco, ansioso por lucir su alto poder adquisitivo casi cinco millones de pesetas de renta per cápita, ligeramente superior a la de Francia o Alemania .El litro de leche casi un tercio más barato en Hungría, la Coca-cola de dos litros a mitad de precio o la cajetilla de tabaco cuatro veces menos en Bratislava... La fiebre consumista llega hasta tal punto que son numerosos los austriacos que completan su escapada con una visita a la peluquería o con una cita en el dentista para colocarse uno de esos implantes que por lo menos le costaría el doble en casa.
Y cuando países como Hungría, Eslovaquia, la República Checa o Eslovenia ingresen en la UE, caerán al mismo tiempo los límites impuestos para la importación de ciertos productos. Actualmente existen restricciones en las adquisiciones de alcohol y tabaco y el tope fijado por compra en la frontera alpina es de 1.000 euros, una cifra redonda que, cercana a las 17.000 pesetas, no se lleva tan a rajatabla gracias, sobre todo, a la vista gorda de la que hacen gala habitualmente los aduaneros.
publicado en El Mundo
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