Mar 27 2009 |
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Isabel Arvide
Sin Gafete
Sin Gafete
Félix González y su soledad inmensa
CHETUMAL, Quintana Roo.- Lo arropaban los mismos, los de siempre, los suyos. A quienes buscaba constantemente con la mirada, a quienes les regaló amorosas palabras una vez más. Y sin embargo, no era suficiente. En los hechos Félix estaba triste, inmensamente triste detrás de sus logros, de su lectura cuidadosa de cifras, de sus obras.
Tal vez porque eligió, vaya usted a saber porqué, hablar de resultados obtenidos en cuatro años. O, simplemente, porque la edad en que se vislumbra lo humano, tan estúpidamente humano y vulnerable, ya le había llegado. Porque llegó a esta fecha sabiendo todo lo que no será, lo que no logrará, lo que no le reconocerán.
Porque a partir de hoy la traición será, cada día, más pan cotidiano y menos excepción.
Félix hizo, una vez más, un informe que era muchos. Con su propia imagen grabada detrás de él, con su mano extendida a la conciliación en el Congreso local, con los lugares vacíos en el Centro de Convenciones que, también él, había inaugurado hace pocos meses.
Había de todo, como corresponde, hasta ausencias notorias. Hasta la falta de compromiso de los suyos, hasta la indigna presencia de las viejas matraqueras que con sus gritos recordaban otros usos políticos. Había desaseo inmenso por parte de los señores de comunicación que permitieron que el gobernador presentase un “vídeo” filmado con las patas, pleno de errores técnicos inaceptables.
Había, sobre todo, soledad. La que se acumulaba, como huella del dolor, bajo su mirada que ya no es la del niño ilusionado por la política y menos todavía la del joven gozoso del triunfo electoral.
Félix González no podía rebasar su propio personaje, no lograba poner en paz la sombra de sus sueños de cara a un auditorio que cada día habrá de ser menos atento y más oportunista en términos del futuro local.
Entre los boxeadores retirados, con Ricardo Rocha como sacado de otro tiempo con su corbata innecesaria y grotesca, estaban los señores del turismo de cruceros, los dueños del dinero, los señores que vinieron de Cancún con el desprecio por el Sur de Quintana Roo en sus bolsillos, y también estaban pasando lista de presencia los ex gobernadores, menos Joaquín Hendricks.
No se diga la siempre disturbadora popularidad de Mario Villanueva Madrid encarnada en su esposa investida de viuda.
En verdad que no había nada a lamentar más allá de la habitual prepotencia de los supuestos encargados de “seguridad” que prohibían el paso al baño de mujeres. No obstante, el ritual se percibía pleno de nostalgia.
Félix no estaba, nunca ni por error, en su mejor momento. Y tal vez no vuelva a estarlo, porque ya sabe que esto del poder quita, y mucho. Resta, y mucho. Porque ya abrió las puertas del armario donde se guardan, en el Palacio de Gobierno, todos los esqueletos del poder etiquetados por sus antecesores. Porque ya tiene el horror en el recuerdo, porque ya su contabilidad le ha sumado horas de vuelo, de trabajo, de esfuerzo inútiles a otras fecundas.
Y el hombre, que apenas ha cumplido cuarenta años, lleva dentro al anciano que un día será, al ex gobernador que se lamentará a solas, frente a su propio espejo, de lo que no supo o quiso hacer. Y el hombre sigue siendo, insiste en ser fiel a él mismo, a sus cuadernos escolares, a su amor materno, a su compromiso familiar.
Intentó, tanto que su propia voz se escuchaba frágil, contar los logros de cuatro años, lo que hoy es agua para todos, con el entusiasmo de los días de campaña. Ejercicio inútil si los hay. No era la espalda lo que parecía venirse hacía adelante, sobre el atril mal iluminado, sino la incapacidad ajena para entender su voluntad, su capacidad de servicio.
Y, añadiría, hasta su generosidad que hace que lleve sobre su espalda, como lápida inmensa, a muchos. Entre ellos a las mujeres torpes, vanidosas, tremendamente inútiles también en lo político, que ha incorporado a su gobierno con un costo tan grande que ninguno imagina cómo podrá pagarse en este sexenio.
Todo estaba en orden. El mensaje. El informe del cuarto año. La entrada al último, el más difícil, tercio del poder sexenal. La capacidad, el talento acumulado, el conocimiento sobre la piel como uniforme. Todo estaba como corresponde según el manual. Sin embargo, lo sabe, lo sabíamos unos cuantos al escucharlo, no era suficiente. No será nunca pago que alcance a compensar tanto dolor, tanto vivido, tanto ausente, tanto que no corresponde a lo que iba a ser, a lo que un día Félix creyó que sería esto de volverse gobernador y vivir la política como si tuviese sinónimo en la palabra salvación.
Así este hombre, para algunas mujeres guapo, tiene cruzado el aviso del tiempo sobre su pecho como quien ha sido flagelado en la plaza mayor, como aquel que descubrió su propia condición de hombre, de simple mortal… y daban, por eso y por tanto más, ganas de cobijarlo hasta hacerlo volver a soñar dormido…
www.isabelarvide.com
Por Esto!
Tal vez porque eligió, vaya usted a saber porqué, hablar de resultados obtenidos en cuatro años. O, simplemente, porque la edad en que se vislumbra lo humano, tan estúpidamente humano y vulnerable, ya le había llegado. Porque llegó a esta fecha sabiendo todo lo que no será, lo que no logrará, lo que no le reconocerán.
Porque a partir de hoy la traición será, cada día, más pan cotidiano y menos excepción.
Félix hizo, una vez más, un informe que era muchos. Con su propia imagen grabada detrás de él, con su mano extendida a la conciliación en el Congreso local, con los lugares vacíos en el Centro de Convenciones que, también él, había inaugurado hace pocos meses.
Había de todo, como corresponde, hasta ausencias notorias. Hasta la falta de compromiso de los suyos, hasta la indigna presencia de las viejas matraqueras que con sus gritos recordaban otros usos políticos. Había desaseo inmenso por parte de los señores de comunicación que permitieron que el gobernador presentase un “vídeo” filmado con las patas, pleno de errores técnicos inaceptables.
Había, sobre todo, soledad. La que se acumulaba, como huella del dolor, bajo su mirada que ya no es la del niño ilusionado por la política y menos todavía la del joven gozoso del triunfo electoral.
Félix González no podía rebasar su propio personaje, no lograba poner en paz la sombra de sus sueños de cara a un auditorio que cada día habrá de ser menos atento y más oportunista en términos del futuro local.
Entre los boxeadores retirados, con Ricardo Rocha como sacado de otro tiempo con su corbata innecesaria y grotesca, estaban los señores del turismo de cruceros, los dueños del dinero, los señores que vinieron de Cancún con el desprecio por el Sur de Quintana Roo en sus bolsillos, y también estaban pasando lista de presencia los ex gobernadores, menos Joaquín Hendricks.
No se diga la siempre disturbadora popularidad de Mario Villanueva Madrid encarnada en su esposa investida de viuda.
En verdad que no había nada a lamentar más allá de la habitual prepotencia de los supuestos encargados de “seguridad” que prohibían el paso al baño de mujeres. No obstante, el ritual se percibía pleno de nostalgia.
Félix no estaba, nunca ni por error, en su mejor momento. Y tal vez no vuelva a estarlo, porque ya sabe que esto del poder quita, y mucho. Resta, y mucho. Porque ya abrió las puertas del armario donde se guardan, en el Palacio de Gobierno, todos los esqueletos del poder etiquetados por sus antecesores. Porque ya tiene el horror en el recuerdo, porque ya su contabilidad le ha sumado horas de vuelo, de trabajo, de esfuerzo inútiles a otras fecundas.
Y el hombre, que apenas ha cumplido cuarenta años, lleva dentro al anciano que un día será, al ex gobernador que se lamentará a solas, frente a su propio espejo, de lo que no supo o quiso hacer. Y el hombre sigue siendo, insiste en ser fiel a él mismo, a sus cuadernos escolares, a su amor materno, a su compromiso familiar.
Intentó, tanto que su propia voz se escuchaba frágil, contar los logros de cuatro años, lo que hoy es agua para todos, con el entusiasmo de los días de campaña. Ejercicio inútil si los hay. No era la espalda lo que parecía venirse hacía adelante, sobre el atril mal iluminado, sino la incapacidad ajena para entender su voluntad, su capacidad de servicio.
Y, añadiría, hasta su generosidad que hace que lleve sobre su espalda, como lápida inmensa, a muchos. Entre ellos a las mujeres torpes, vanidosas, tremendamente inútiles también en lo político, que ha incorporado a su gobierno con un costo tan grande que ninguno imagina cómo podrá pagarse en este sexenio.
Todo estaba en orden. El mensaje. El informe del cuarto año. La entrada al último, el más difícil, tercio del poder sexenal. La capacidad, el talento acumulado, el conocimiento sobre la piel como uniforme. Todo estaba como corresponde según el manual. Sin embargo, lo sabe, lo sabíamos unos cuantos al escucharlo, no era suficiente. No será nunca pago que alcance a compensar tanto dolor, tanto vivido, tanto ausente, tanto que no corresponde a lo que iba a ser, a lo que un día Félix creyó que sería esto de volverse gobernador y vivir la política como si tuviese sinónimo en la palabra salvación.
Así este hombre, para algunas mujeres guapo, tiene cruzado el aviso del tiempo sobre su pecho como quien ha sido flagelado en la plaza mayor, como aquel que descubrió su propia condición de hombre, de simple mortal… y daban, por eso y por tanto más, ganas de cobijarlo hasta hacerlo volver a soñar dormido…
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