Mar 19 2009 |
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María Teresa Jardí
Juntos, los primos, como es obvio hablamos de política. El mismo sábado de la confirmación de mis sobrinas. Desperdiciado sacramento usado como anécdota compartible en otra entrega a propósito de la Iglesia Católica haciendo esfuerzos por convertirse en una secta. Y dado que el domingo se realizaban elecciones preliminares en el PRD esbocé la posibilidad de acercarnos a votar por Tomás o por Rascón. La respuesta unánime fue que de votar nada de nada. Y no sólo en esa preliminar, que a final de cuentas para lo único que está sirviendo es para afianzar el pensado propósito de no votar. No votar en la elección del 5 de julio. No hacerlo como esfuerzo ciudadano para ver si los partidos se enteran de que no es lo mismo ser legítimos que llegar como ilegítimos Lo que entendió Jesús Reyes Heroles cuando López Portillo llegó como Presidente no electo por la ciudadanía que mayoritariamente se abstuvo de ir a sufragar a las urnas.
El PAN está liquidado y los priístas que están fascinados, estúpidos en que también se han convertido, de que si la ciudadanía no vota, el PRI se lo lleva todo. Lo que es cierto. No entienden tampoco que eso lo que logra es convertirlos en ilegítimos. No hay ninguna duda, es científico, la corrupción mata neuronas, lo que me lleva a pensar que los políticos en México son drogadictos. Qué lástima que ya no exista un Partido Comunista para sacarlo de la clandestinidad y convertirlo en basura.
Terminaba mi colaboración de ayer diciendo que el gran error de AMLO, imperdonable error por las previsibles consecuencias, es no haberse tomado la molestia de entender la repulsa que el PRD despierta incluso entre los afiliados a la muerta, antes de nacer, Presidencia Legítima. Presidencia que, como la de Fox, nunca fue. Porque estaba decidido por el PRD que no fuera, incluso cuando unos ingenuos afiliaban a otros aún más ingenuos. No querer entender la repulsa que el PRD despierta entre los integrantes del movimiento ciudadano no afiliados a esa Presidencia es un error mayúsculo que sin ninguna duda traerá consigo lamentables consecuencias.
Para jefe de la Delegación Cuauhtémoc del Distrito Federal se presentaban tres candidatos. Uno de ellos, Marco Rascón con un lema muy atractivo ¡Ya Basta! ¡La izquierda es otra cosa! El otro Tomás Pliego Calvo, hijo de Julio Pliego -entrañable cineasta para la izquierda comunista- y de Paquita Calvo Zapata -legendaria guerrillera del primer grupo de guerrilla urbana que cayera en la cárcel. Y quien, al igual que Marco, representaba, Tomás, al menos una opción de cambio con relación a los muchos años de gobierno en esa Delegación de las huestes bejaranistas que lo controlan todo. Tomás, además, estaba apoyado por los intelectuales y universitarios que habitan en la Condesa y en la Roma.
El tercer candidato: el ganador con un carro completo al más puro estilo priísta, donde hasta los muertos votan al lado de los acarreados, con la desvergüenza que hoy caracteriza también a los perredistas. Sin pudor, de manera desfachatada, ante los ojos de una ciudadanía pensante, que pasea a los perros, pero a la que desprecia el PRD porque la considera menor de edad para siempre, llegó con un fraude negociado de antemano.
Los otros dos, aunque todos los ciudadanos hubiéramos salido a sufragar por ellos, no tenían ni la menor de las probabilidades.
El ganador: un Torres cualquiera. Un Torres al servicio de Bejarano, negociado con Jesús Ortega, como parte del reparto del pastel del que piensa que va a seguir disfrutando para siempre la dirigencia de ese partido encabezado hoy por la derecha igual de podrida que la que encabezan el PAN y el PRI. Y ni qué decir de la que ha logrado tener, por completo perdidas todas las neuronas, la dirigencia del Partido Verde y la del PT y la de todos los otros corruptos partiduchos, inexistentes, pero bien pagados, eso sí, porque son necesarios como a modo del sistema.
El PRI va solo a por todo incluso en el Distrito Federal. Pero son noticias pésimas. Porque los priístas tampoco han entendido lo que la ciudadanía demanda y ni siquiera están, todos los políticos a la mexicana, quizá un poco algunos generales, entendiendo los mensajes que el nuevo gobierno de los Estados Unidos de Norteamérica, integrado por muchos emisarios del impresentable pasado bushista, pero encabezado por Obama, está enviando sobre México.
La corrupción acompañada de la impunidad que aquí se ha alcanzado, incluso por lo que toca a los inconcebibles salarios de los ministros y otros altos funcionarios del sistema, es tan escandalosa que se ha tornado intolerable para los Estados Unidos de Norteamérica.
Por Esto!
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