martes, 20 de enero de 2009

Obama: ¿decepción o milagro?

Obama: ¿decepción o milagro?


El vendedor de esperanzas de hoy, como Fox en 2000, puede defraudar a muchos

Nada garantiza que el cambio que promete termine en lamentable reversa



No son pocos los analistas preocupados por el desbordado nivel de expectativas que ha desatado Barack Obama como presidente 44 del vecino del norte.

Más aún, para un elevado porcentaje de estadounidenses de a pie —algunos calculan que por ahí de 80%—, el apellido Obama se ha convertido en una suerte de llave mágica para resolver lo mismo la crisis global, el flagelo del desempleo, la guerra de Irak, el conflicto entre Israel y Gaza, los riesgos terroristas del aún libre Osama bin Laden; el TLC con México y Canadá; la incontenible corriente migratoria hacia Estados Unidos proveniente de México y América Latina; los choques con la Cuba de Castro, la Venezuela de Chávez, y la narcoguerrilla de las FARC…

El mundo entero espera asombrado no sólo la llegada al poder del primer presidente negro de Estados Unidos —verdadero momento histórico para no pocos, que tendrá lugar hoy—, sino que son muchos los que sueñan con un milagro. ¿Por qué los convencidos aseguran que viene un cambio radical en la manera de gobernar de Obama? ¿Por qué creen que Obama será un presidente distinto a los ya conocidos republicanos y demócratas?

Unos dicen que por su origen y formación, otros que por el apoyo latino y porque surge de una de las minorías más castigadas; los de allá advierten que el proceso electoral que lo llevó al poder lo mostró como un político ganador, firme, decidido y capaz; los del otro extremo explican que por el equipo de colaboradores y porque será una segunda parte de la gestión de Clinton… Los sueños parecen no tener fin.

Lo cierto es que hoy nadie tiene certeza de lo que ocurrirá con Obama en la Casa Blanca. Más bien parecen tener razón las voces que advierten que el “presidente negro” no será, no podrá ser muy distinto a los presidentes estadounidenses blancos. ¿Por qué? Porque está atrapado por los forzudos intereses del imperio. Acaso lo único cierto —y no podía faltar el chascarrillo popular mexicano que se escucha entre la comunidad latina del sur de Estados Unidos— es que Obama “se las va a ver negras”.

Y es que si de decepciones “de cambio” se trata, muchos mexicanos tienen una experiencia aún a flor de piel. Todos recuerdan la campaña arrolladora de Vicente Fox en los previos a julio del año 2000, y el triunfo del candidato del PAN sobre el PRI. El milagro de sacar al PRI de Los Pinos se hizo realidad en ese julio de 2000, y el nuevo presidente mexicano, Vicente Fox, fue durante meses el símbolo “del cambio”.

Fox ganó con casi cinco de cada 10 votos, pero llegó a la toma de posesión con la aceptación de ocho de cada 10 ciudadanos mexicanos. En esas semanas y meses, criticar a Fox, poner en duda sus capacidades, hablar de sus debilidades, era lo más cercano a la herejía. A la vuelta de los meses, poco a poco los fanáticos foxistas se dieron cuenta del fraude del político al que habían elegido, y ese gobierno terminó como uno de los peores de la historia mexicana. Pero que nadie se equivoque, no comparamos a Fox con Obama, sino que intentamos un ejercicio memorioso de las razones por las que se equivocan —nos equivocamos— los ciudadanos.

Baste recordar que según los primeros estudios serios, la llegada de Obama al poder presidencial en la Casa Blanca no se debió sólo a las cualidades del aspirante demócrata, a sus habilidades, experiencia y antecedentes como buen político y menos como gobernante —porque en el fondo tiene poca experiencia—, sino que su triunfo es resultado de un conjunto de variables entre las que influyeron en forma decidida el fallido gobierno de Bush, la crisis global que provocó el texano, las mentiras para ir a la guerra de Irak, el gasto desorbitado del dinero de los contribuyentes y, en general, el hartazgo de un sector fundamental de la sociedad hacia la política tradicional.

Votar por un negro para presidente de la Casa Blanca era todo lo contrario —política, cultural, histórica y hasta cromáticamente— a votar por los políticos tradicionales. En realidad, la llegada hoy de Obama a la Casa Blanca, a la Presidencia del imperio mundial que sobrevive al inicio del siglo XXI, es un fracaso estrepitoso de las mal llamadas razas superiores, un triunfo de las minorías de color; un cambio radical en la concepción del poder en el imperio —en donde disputaron la candidatura del mismo partido un negro y una mujer— y, sin duda, un hecho histórico.

Pero nada de eso significa que la llegada de Obama como presidente 44 a Estados Unidos sea una garantía de éxito, de buen gobierno, de cambio y de un mundo libre de tiranos. Entre blancos y negros existen buenos y malos gobiernos, tiranos y estadistas. El color de la piel no los hace mejores o peores. Al tiempo.

por El Universal. Ricardo Alemán

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