Hatuey, el primer guerrillero |
Miércoles, 12 de Noviembre de 2008 00:00 |
El 11 de noviembre de 1511 fue quemado vivo en la hoguera el primer hombre que en la tierra “más fermosa” descubierta por Colon, se enfrentó a los conquistadores europeos. Hatuey lideró a un grupo de aborígenes que se unieron en la lucha por la libertad. Precursor que se sepa de la guerrilla en América, al ser capturado, juzgado y condenado, pasó a la historia como el héroe que se negó a convertirse en cristiano, pues al ser interpelado al borde de la muerte por un sacerdote que le ofreció la posibilidad de convertirse al cristianismo para ir al cielo, preguntó si allí se encontraría con los españoles. Ante la respuesta negativa, declinó la oferta del paraíso. Por Mayte y Gabriel Molina La expedición facultada para conquistar y poblar la isla de Cuba, dirigida por el conquistador Diego Velásquez de Cuéllar, desde su arribo afrontó la oposición de aquel cacique oriundo de Quisqueya, llamada La Española por los peninsulares y Santo Domingo por los franceses. Al frente de las tribus de la región, Hatuey atacó sin tregua a los españoles que comenzaban a asentarse en Baracoa, al igual que ya lo había hecho en la tierra que lo vio nacer. Dicho cacique, contactó con las tribus tainas cubanas del territorio oriental, les narró los abusos cometidos en sus tierras por aquellos individuos blancos que mataban, explotaban y saqueaban a los indios apoderándose sus riquezas, obligándolos a adorar a dioses desconocidos representados por el oro. Les recomendó arrojar el oro a los ríos y hacerlo desaparecer para intentar que no fuera encontrado por los saqueadores, por aquellos hombres blancos de perversas intenciones, a los que había que molestar, desobedecer, combatir y expulsar. Los rebeldes dirigidos por Hatuey, valientes, corajudos y desnudos seguidores del cacique, numéricamente inferiores a los conquistadores, armados de palos piedras y flechas; se enfrentaron a un poderoso enemigo, organizado y cohesionado, portador de armas de fuego, cascos, escudos y corazas protectoras. Aquellos pocos indígenas rebeldes fueron aniquilados por demonios de acero, aplastados por una civilización mucho más avanzada. No sólo los aborígenes defendieron a sus pueblos, hubo otras voces que es escucharon en las altas esferas de la metrópolis, entre las más trascendentes estuvo la de Bartolomé de las Casas (1484-1566), fraile dominico español, natural de Sevilla, conocido como: “El Padre de las Casas”, quien se erigió como defensor del indio, dedicó su vida y su obra a denunciar los abusos de los colonizadores contra la población indígena. Su perseverante actitud resultó concluyente para que, el 20 de noviembre de 1524, fueran promulgadas las denominadas Leyes Nuevas, que abolían la esclavitud y servidumbre de los indios. Dos años después de promulgadas las leyes, el Padre Bartolomé fue consagrado obispo de Chiapas; las disposiciones implantadas por él, provocaron reacciones adversas y le trajeron buen número de enemigos influyentes. Entre las principales decisiones tomadas por el obispo estuvo la de prohibir la absolución de los poseedores de esclavos. En el año 1550 después de influir de forma definitoria y lograr concretar la junta de teólogos de Valladolid, El valiente fraile, al no lograr que la jerarquía eclesiástica abandonase su posición de ideóloga de la esclavitud, decepcionado, renuncia al obispado y se dedica la conclusión y publicación de su obra. Tanto las poblaciones aborígenes de La Española actuales Haití y Republica Dominicana, como las de la isla de Cuba y otras muchas, fueron prácticamente exterminadas en su totalidad. Afortunadamente no en toda América ocurrió lo mismo, en el continente perduran poblaciones autóctonas, donde se observa la mezcla de tradiciones indias con otras en países como México, Guatemala, Ecuador, Bolivia, Estados Unidos, Canadá y otros. Los aborígenes han mantenido hábitos, rituales y costumbres que no han sucumbido a los tiempos a pesar de los muchos peligros de extinción que han afrontado. Felizmente también queda algo de la selva, que a pesar de la indiscriminada acción devastadora del hombre ha resistido los embates del tiempo y aún conserva tribus muy similares a las de antaño. En varios países subsisten formas de discriminación racial respecto a las poblaciones aborígenes, las cuales no son, en muchos casos, más que los restos de los pobladores originarios de esas regiones, sobrevivientes de verdaderos genocidios, realizados otrora por diferentes conquistadores. En nuestros días continúa latente el ímpetu de rebeldía indígena, que repercute en los conflictos contemporáneos que, salvando las distancias, enfrentan aún hoy los aborígenes de América. La realidad indica que falta bastante para lograr una adecuada protección de los derechos de las comunidades indígenas, una garantía del respeto a su identidad, del derecho a una educación bilingüe, de reconocer la personalidad jurídica de sus comunidades y su derecho a la posesión y propiedad de las tierras que tradicionalmente han habitado. Casi 500 años después del suplicio de Hatuey, los pueblos indígenas continúan intentando hacer valer su derecho al respeto y la conservación de sus creencias, costumbres, idiomas, tradiciones y culturas. Hoy puede hablarse de una presencia aborigen en el mundo, puede hablarse de una huella dejada en la historia, puede hablarse de un arte aborigen, puede hablarse de una especie que no pudo ser extinguida, de una especie que tiene un futuro. Una cultura que un día pareció condenada al exterminio ha dejado profundas huellas en la historia. Sus hijos además de líderes, caciques y artistas han comenzado a ser y serán: presidentes y premios Nobel y por sobre todas las cosas fieles defensores de sus derechos y raíces. |
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