José Gil Olmos
MÉXICO, D.F., 2 de junio (apro).- Anastasio Hernández Rojas tenía 20 años radicando en Estados Unidos cuando la migra de ese país lo detuvo y lo mató a garrotazos y choques eléctricos.
La versión oficial es que 20 policías lo golpearon porque supuestamente se opuso a su deportación. Tal vez el mexicano era tan fuerte y poderoso que puso en peligro su vida y por eso de los agentes decidieron masacrarlo sin piedad.
Padre de cinco hijos nacidos del otro lado de la frontera Anastasio tenia 42 años y se ganaba la vida limpiando albercas, una tarea que, como dijo Vicente Fox uno de esos días de iluminación, ni los negros quieren hacer.
La noche del viernes pasado, el indocumentado potosino fue detenido en el condado de San Diego, donde precisamente ofrecía su mano de obra barata en la zona residencial. Como no traía sus papeles de legalización, los agentes migratorios lo detuvieron junto con su hermano Pedro Pablo. De inmediato ambos fueron puestos para la deportación por la puerta fronteriza de San Isidro y Tijuana.
Sin embargo, no alcanzó a traspasar las puertas giratorias de la línea fronteriza, y según la versión de los migras, trató de escapar y echarse a correr. Por eso lo agarraron los agentes, se le echaron encima los policías y entre todos, 20 en total, lo golpearon con toletes, patadas y golpes, y le aplicaron choques eléctricos hasta dejarlo inconsciente.
A escasos metros del lugar, pero del lado mexicano, los policías del grupo Beta se dieron cuenta de la agresión a Anastasio, lo mismo que varios connacionales, quienes gritaron que lo dejaran. Pero siguieron golpeándolo hasta dejarlo inconsciente.
“Actuaron en defensa propia”, explicaron horas después las autoridades de migración y policiacas, mientras Anastasio estaba en el hospital de Chula Vista, California, en estado de coma.
Dos días duró en este hospital Anastasio. El lunes falleció de un paro cardiaco. Su cuerpo, maltratado de tantos golpes y los electrochoques, no soportó más.
En la opinión pública norteamericana, el hecho paso desapercibido; es más, nunca existió. Del lado mexicano fue una noticia más en esta espiral de violencia que el país vive desde hace tiempo y que, al parecer, no tiene final inmediato. Sin embargo, esto no justifica el silencio de Felipe Calderón. En cualquier otro país, en un acto de esta magnitud, el representante del pueblo hubiera lanzado más que una protesta, pero el presidente mexicano sigue perdido en su propio laberinto de errores y falsas percepciones.
La familia de Anastasio ha quedado en el desamparo y difícilmente tendrá una protección de las autoridades norteamericanas y mexicanas. A las primeras no les interesa y lo más seguro es que actuaran administrativamente contra los agentes fronterizos y los policías, cambiándolos de adscripción para que no sean enjuiciados. Mientras, las mexicanas se quedarán en el plano de la denuncia y pronto se olvidarán del caso.
La indolencia social con que se toman estas noticias es otro aspecto preocupante. Estamos sometidos a una violencia tan fuerte y constante que pocas cosas nos conmueven, sólo aquellos casos como la muerte de 49 niños en la guardería ABC de Hermosillo; el asesinato de la niña Paulete, o los casos de pederastia del padre Marcial Maciel tocan las fibras sociales y nos hacen reaccionar. Pero ese es precisamente el problema: que reaccionamos y no pensamos cómo enfrentar y resolver los conflictos o los hechos que nos lastiman como sociedad.
La muerte de Anastasio por los policías norteamericanos no es más que una expresión de la xenofobia, racismo y clasismo que sufrimos la mayoría de los mexicanos en ese país que, a pesar de su riqueza y poder, no ha evolucionado socialmente.
La reciente Ley de Arizona SB 1070 no es diferente a las que la Alemania nazi aplicaba en su momento contra los judíos como parte de su creencia en la superioridad de la raza aria y la inferioridad de todas las demás razas y pueblos del planeta.
Paradójicamente, ahora que Estados Unidos es gobernado por un presidente de raza negra es cuando empiezan a surgir las expresiones más racistas en Estados Unidos desde hace medio siglo, cuando atacaban a los negros en las calles y la campiña de todo el país.
La violencia con que murió Anastasio es un indicador del ánimo que hay contra los mexicanos en varios estados de la Unión Americana. No basta con una condena diplomática ni con una carta de protesta de la Secretaría de Relaciones Exteriores.
Aunque quizá no haya una acción punitiva contra los agresores, están los tribunales internacionales para llevar el caso y, por lo menos, levantar la voz a fin de que el asesinato a un trabajador migrante no pase al olvido y a los archivos de la impunidad.
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