Kukulkán, el mito y la crisis
2009-09-18
Juan José Morales
Impacto Ambiental
El próximo lunes 21 de septiembre es el día que usualmente se toma como fecha del equinoccio de otoño. Y es la ocasión en que, como viene ocurriendo desde hace años, miles de personas acuden a Chichén Itzá, Teotihuacan y otras zonas arqueológicas porque creen que esos son “centros de energía”, lugares donde en cada equinoccio se concentra la energía del Universo y quienes se encuentren en tan privilegiados lugares podrán llenarse gratis con tan valiosos efluvios a la manera de las pilas recargables y así revitalizarse, librarse de la tensión nerviosa, mejorar su salud y su estado de ánimo y tener actitudes positivas. Pero la carga solamente les durará un semestre y habrá que repetir la operación seis meses después, en el equinoccio de primavera.
Pero allá en la década de los 80, durante el auge del misticismo, el esoterismo y los movimientos “new age” que hablaban del inicio de una nueva era de la humanidad, comenzó a circular esa versión místico-religiosa sobre descargas de energía cósmica en las antiguas ciudades mesoamericanas. Así comenzó esa especie de peregrinación semestral hacia tales sitios. Pero para recargarse de energía, no basta ir a Teotihuacan o Chichén Itzá, sino que es necesario hacerlo ataviado con ropajes blancos, de preferencia holgados, tipo túnica de sacerdote druida —¿por qué no vestidos de negro, que absorbe mejor la radiación?— y levantar los brazos al cielo en punto de las 12 del día, al llegar el Sol al cenit, cuando se supone ocurre el equinoccio.
En realidad, quienes el lunes 21 entren en éxtasis con los brazos en alto a esa hora para captar —cual antenas humanas— las “buenas vibras” cósmicas, se estarán adelantando a los hechos. Las tablas astronómicas indican que este año el equinoccio de otoño ocurrirá más de 24 horas después de lo que la gente supone: el 22 de septiembre a las 21.19, hora del meridiano de Greenwich o Tiempo Universal. Es decir, a las 3.19 de la tarde de ese día 22.
En el caso particular de Chichén Itzá, la superchería de los baños de energía galáctica tiene un aderezo especial: el llamado descenso de Kukulkán, una deidad a la cual se representaba como una serpiente emplumada. En el costado de la escalinata norte del templo consagrado a ese dios, la sombra de las plataformas del edificio forma una serie de triángulos que —con un poco de imaginación— semejan el ondulante cuerpo de una serpiente, complementado por la gran cabeza de piedra de ese reptil situada al pie de la escalinata.
El fenómeno dura unos 45 minutos y se afirma que no es casual sino que los sacerdotes mayas —gracias a sus avanzados conocimientos astronómicos— pudieron diseñar el templo con la orientación y la forma precisas para lograr ese efecto visual.
Suena muy interesante, pero los arqueólogos dicen que eso es sólo un mito. No existe ninguna evidencia de que los mayas prehispánicos hubieran hecho tal cosa. Ni siquiera hay indicios de que conocieran el fenómeno, o que le dieran mayor importancia.
Pero a fin de cuentas se trata de un mito inofensivo y hasta podría decirse que benéfico y productivo. La afluencia de miles de turistas que acuden a presenciar el espectáculo del descenso de Kukulkán y a henchirse de energía astral, significa una importante y bienvenida derrama económica, sobre todo en estos tiempos de crisis.
Por Esto!
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