viernes, 20 de marzo de 2009

Cancún, ciudad sin ventanas

Mar
20
2009
Cancún, ciudad sin ventanas

Juan José Morales
Impacto Ambiental

Todas las ciudades costeras mexicanas —y en general del resto del mundo— se caracterizan por tener lo que se llama ventanas al mar. Es decir, sitios públicos —parques, avenidas, malecones o explanadas— desde los cuales puede contemplarse el paisaje marino, aun cuando no necesariamente existan playas en ese sitio. Cancún, sin embargo, es una excepción. Aunque en los planes originales de Fonatur había una quincena de las llamadas playas públicas —o sea, terrenos relativamente amplios en los cuales no se construirían hoteles— y que funcionarían como esas ventanas al mar, varias de ellas ya desaparecieron, vendidas para construir hoteles, y de las restantes, casi todas han sido también víctimas de la especulación inmobiliaria y quedaron reducidas a ventanucos o a estrechos callejones, tras ser ocupadas con restaurantes, bares, agencias de viajes y toda clase de establecimientos, incluso grandes hoteles o condominios, como ocurrió con Playa Chacmool.
Ahora, además de haber perdido sus pocas ventanas al mar, Cancún corre peligro de quedarse también sin ventanas a la laguna.
Aquí, antes de seguir adelante, conviene recordar algo que ya hemos comentado en otra ocasión: Cancún es, entre todos los centros turísticos del Caribe, el único que además de mar tiene una gran laguna de agua salada, que constituye un atractivo natural complementario.
Sin embargo, no se le ha aprovechado debidamente. Pudieron haberse construido andadores, malecones, terrazas y otros lugares. Pero no se hizo. Desde un principio, la laguna comenzó a ser invadida por fraccionamientos de lujo, conjuntos residenciales, restaurantes, hoteles, marinas, centros comerciales y otras construcciones, incluso un enorme proyecto, a punto de iniciarse, que comprende más de una docena de edificios de 20 pisos de altura. De ribete, la laguna ha sufrido graves daños ambientales por la destrucción de manglares, el dragado y relleno de extensas zonas y la contaminación con toda clase de desechos.
El único sector que se había salvado de esa urbanización rapaz, es el borde occidental de la laguna, aledaño a la zona urbana de Cancún, aunque también fue objeto de una intensa deforestación. Ahí se proyectó construir el llamado Malecón Cancún, que finalmente no podrá denominarse así —porque algún vivales registró ese nombre y si alguien quiere usarlo tendrá que pagarle regalías— y hubo que rebautizarlo Tajamar.
Pues bien, en el malecón comosellame hay un extenso predio donado por Fonatur al ayuntamiento para equipamiento urbano, y se habló de erigir ahí el nuevo palacio municipal. Pero ahora el alcalde Gregorio Sánchez ha decidido —aún con la oposición de buena parte del cabildo— venderlo para que ahí se construya un centro comercial. El beneficiario de la operación sería, al parecer, el mismo empresario que —violando las condicionantes que le había impuesto Fonatur y con la complicidad de la anterior administración municipal y la tolerancia de la actual— construyó como ampliación de la plaza Las Américas una monstruosa mole de concreto con inmensos edificios que incluso cubren por completo un largo tramo de una calle, la cual quedó así convertida en túnel.
Si algo sobra en Cancún son plazas comerciales. Las hay por todas partes. Y si algo escasea, son parques, jardines, paseos y demás sitios de recreación, esparcimiento y descanso.
Por eso es inadmisible que ese terreno frente a la laguna, donde puede y debe construirse un hermoso paseo —con o sin palacio municipal— se utilice para uno más de esos turbios negocios inmobiliarios cobijados por la corrupción, que han sido una constante a lo largo de la historia de Cancún.

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