viernes, 14 de noviembre de 2008

Nuevas relaciones entre La Habana y Washington?

Lo que los cubanos esperan de Obama
Viernes, 14 de Noviembre de 2008 01:06
Manuel E. Yepe

El triunfo electoral de Barak Obama ha abierto, tal como se esperaba, una serie de nuevas incógnitas en todo el planeta, dado el lugar que ocupan los Estados Unidos de América en el actual sistema de relaciones internacionales.
Es difícil identificar alguna región o país cuyas relaciones con la superpotencia norteamericana no constituyan elemento importante de su política interna y externa.
Para Cuba, la trascendencia de la elección del primer presidente no blanco ni anglo-sajón en la historia de los Estados Unidos no deriva solamente de la política global de la superpotencia y nada tiene que ver con el color de su piel o su etnia. Lo singular es que suscita la esperanza de que conduzca a la renuncia a una política de feroz hostilidad contra el proyecto revolucionario que el pueblo se diera como culminación de un proceso independentista de luchas iniciado hace 140 años.
Los cubanos comprenden, por su propia dura experiencia, que las realidades y promesas que determinaron este acontecimiento histórico, en caso de cumplirse, convocarían inevitablemente a una reacción contraofensiva de los grandes consorcios financieros y del complejo militar industrial cuyos torvos intereses serían afectados.
Ellos disponen, para defender el mantenimiento del status quo y sus privilegios, además de la fuerza de sus armas de guerra, del control de los medios de información, educación y cultura para manipular conciencias y llevar a grandes masas de personas a actuar contra sus propios intereses y derechos más evidentes, en el contexto de un orden jurídico y social regido por el dinero y la competencia en el mercado, que asegura la superioridad de sus recursos sobre las aspiraciones humanas naturales de paz, solidaridad e igualdad.
Los cubanos tienen motivos para albergar la esperanza de que la elección de un presidente que ha prometido cambios, y que es en sí mismo expresión de cambio en la correlación de fuerzas políticas internas en la casa del poderoso vecino, abra el camino a un nuevo período en las relaciones entre La Habana y Washington.
Pero están conscientes de que, para estar en condiciones de cumplir casi todas las promesas que formulara a los movimientos populares y las familias humildes que lo llevaron al triunfo, el recién electo presidente de los Estados Unidos tendría que enfrentarse en su propio país a las mismas fuerzas retrógradas que durante medio siglo han obstaculizado el desarrollo de la revolución en la Isla.
Esa ecuación supondría, por regla aritmética de tres, que el carácter que han tenido los vínculos entre Cuba y los Estados Unidos a todo lo largo de todo el siglo XX y los iniciales del Siglo XXI tendría que cambiar de manera espectacular.
Y para hacer realidad esa utopía en el Mar Caribe, el gobierno norteamericano debería renunciar, no sólo a la ambición secular de tutelar los destinos de la isla, sino a sus afanes imperiales a nivel global, porque Cuba no podría ignorar la deuda de gratitud contraída con los pueblos del tercer mundo y los humildes de las naciones industrializadas cuyo apoyo solidario ha sido, en última instancia, su sostén principal en la guerra de resistencia que ha venido librando en los últimos 50 años.
A la victoria de Obama contribuyeron con su voto millones de afroamericanos –grupo étnico que sufrió la esclavitud autorizada legalmente hasta 1865, luego un siglo de discriminación racial conocido como “Jim Crow” con los desmanes terroristas del Ku Klux Klan y, más tarde, la violenta represión de las luchas por los derechos civiles en la década de los años 60 del siglo XX que dieron líderes de la talla de Martin Luther King y Malcom X, entre muchos otros.
Los cubanos, por supuesto, no votaron en estas elecciones, pero el hecho de haber sido víctimas de la misma cruel política les hace apreciar que esta victoria de la nación estadounidense podría servir para iniciar un período de buena vecindad y paz en la región, y una amplia democratización de la relaciones internacionales.
Los cubanos sólo aspiran recibir del nuevo gobierno que asumirá el 20 de enero de 2009 en Washington, respeto para con su independencia.
Se ha especulado mucho con que el apoyo de los cubanos a la candidatura de Barak Obama derivaba del deseo de que el bloqueo económico terminara o que fueran excarcelados los cinco heroicos combatientes cubanos contra el terrorismo que hace más de diez años cumplen injustas condenas en prisiones de Estados Unidos. O en espera de que un gobierno distinto pusiera fin a las agresiones y amenazas contra la Isla para poder dedicar todos los recursos humanos y materiales del país al desarrollo económico y social. O para que el carácter profundamente democrático del proyecto socialista cubano pueda desplegarse a plenitud, sin la intromisión en sus asuntos internos y exteriores de un poderoso hostil vecino.
Aunque todas estas son razones válidas, ellas caben en una sola esperanza: la de que, por la voluntad de su pueblo, surgiera en Estados Unidos un gobierno que respete la independencia de Cuba. Por esto!

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