El diputado que odiaba a los negros
por Lydia CachoSacó del clóset al fantasma del racismo latente entre nosotros
Cuando el diputado Ariel Gómez León dijo que los damnificados haitianos —que llevaban semanas de hambre y sed— no tenían cara de necesidad “sino de abusivos insaciables”, sacó del clóset al fantasma del racismo latente y presente entre nosotros. Basta leer las crónicas sobre Haití, casi todas impregnadas de un racismo incontenible. El prejuicio miedoso a la negritud, al “salvajismo” negro se refleja en la culpabilización de los haitianos de su propia tragedia. Los cascos azules se van a sus estaciones antes de que anochezca porque temen “una revuelta”. No es lo mismo la desesperación de un país en ruinas, azotado por el hambre y el dolor de la tragedia, que una rebelión salvaje. Y el pueblo haitiano está en la primera circunstancia, no en la segunda.
Casi nadie habla de que Haití fue el primer país en abolir la esclavitud y que pagó caro su atrevimiento con Francia y Estados Unidos, quienes lo invadieron y endeudaron hasta ahorcarle. Primero lo debilitaron y aislaron, luego lo trataron con un paternalismo perverso y debilitante. La actitud de los soldados americanos ahora es la del reconquistador intolerante y prejuicioso convencido de que es superior a esos negritos peligrosos. Ese miedo a los “otros con voz” es el mismo que impulsó a los virreyes españoles a crear la política de Limpieza de Sangre en México, misma que heredamos y hemos alimentado hasta convertirnos en un país profundamente racista.
El poder del racismo es acumulativo y, como establece jerarquías naturalmente excluyentes, se adopta fácilmente. La visión político-jurídica del virreinato se convirtió en cultura para justificar el maltrato y juzgar las diferencias, para ordenar la catequización y para disponer de mano de obra indígena esclavizada. Hoy en día la Constitución marca la igualdad social; sin embargo las prácticas muestran lo contrario.
Como el 80% de las y los mexicanos, las personas indígenas son arrestadas, juzgadas y sentenciadas en procesos ineficientes, corrompidos y manipulados y, además, se les aplica el agravante de su raza e idioma. En México existen 62 lenguas indígenas reconocidas y 364 variantes, los juzgados carecen de traductores y se ha documentado que las personas indígenas, particularmente comunicadores, activistas de derechos humanos y civiles o ambientales, reciben las penas más severas del país; más severas que aquellos no indígenas sentenciados por secuestro, asesinato y narcotráfico.
Los valores del racismo establecen jerarquías que justifican los privilegios del grupo dominante, sólo pueden suprimirse cuando cada persona se escuche a sí misma y erradique el racismo de su vida y su entorno. Cuando el doble discurso no le traicione, como al diputado
Zocalo-Saltillo
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