Jan
03
2009
Miami: la hora del moderado
Jorge Gómez Barata
La hegemonía de la dominación clasista supone la homologación del discurso político que, de una corriente o partido a otras se diferencian apenas por matices. Como estrategia de supervivencia, las fuerzas electoralmente derrotadas, aun cuando conserven cierta identidad opositora, adoptan el perfil de los ganadores. Así puede estar ocurriendo en Miami. Se calcula que en los doce meses posteriores al primero de enero de 1959, procedente de Cuba, sin tramites migratorios, ingresaron en Miami unas 70,000 personas. Descontando las familias, los ancianos, los niños y las mucamas, alrededor de 30,000 poseían experiencia política, otros eran ex oficiales de las fuerzas armadas o de los cuerpos policíacos, había entre ellos esbirros y matones al servicio de la tiranía, era alto el número de profesionales y empresarios, muchos cargaron con dinero y no faltaban delincuentes, proxenetas y tratantes de blancas. Es oportuno recordar que la administración norteamericana de entonces estaba presidida por Dwight D. Eisenhower, el más destacado general norteamericano de la II Guerra Mundial e integrada por veteranos halcones, entre ellos Allen Dulles, ex organizador de la inteligencia aliada en Europa, que fungía como Jefe de la CIA, entidad a la cual, en una decisión insólita y profundamente errónea, se confió el diseño y la ejecución de la política anticubana, desaguisado que explica muchas cosas. La primera oleada migratoria fue la cantera de donde la CIA extrajo los primeros efectivos para la ejecución de la política anticubana de la administración Eisenhower-Nixon y, de entre aquella manga de gente resentida y revanchista, violentos y pro yanquis hasta la médula, surgieron las figuras que se impusieron como líderes de la colonia cubana. El hecho de que mediante las leyes de reforma agraria, la suspensión de la convertibilidad y el canje del dinero y la nacionalización, unido a la demencial política migratoria norteamericana que apostó por vaciar a Cuba y logró la emigración de una clase social completa, impidió a la burguesía nativa y a Estados Unidos estructurar una oposición interna de formato político.En manos de la CIA, la política anticubana privilegió las acciones violetas, los sabotajes, el terrorismo y el bandidismo en Cuba, proceso que culminó con la invasión por bahía de Cochinos, cuyo fracaso no determinó un cambio de política, sino todo lo contrario. La guerra terrorista impuesta a Cuba tuvo su correlato en Miami. Desde 1959 hasta hoy, exactamente durante cincuenta años, en Miami ha imperado un clima de violenta intransigencia contra la Revolución que, como una enfermedad maligna, penetró el tejido social de aquella comunidad, envenenó el alma de mucha gente y creó abismos donde apenas había diferencias. No obstante, en aquel medio se desarrollaron elementos y sectores moderados, partidarios consecuentes del diálogo y pragmáticos que asumieron que sólo mediante el entendimiento con las autoridades cubanas podían atenderse demandas legitimas de aquella comunidad, en algunos casos, coincidentes con aspiraciones del pueblo cubano. En 1978, aquellos sectores se anotaron lo que todavía es el logro más importante de esos esfuerzos y, mediante el diálogo con el gobierno cubano, lograron significativos avances en el restablecimiento de los contactos, la reunificación familiar y el inicio de los viajes a Cuba. En una muestra de barbarie y primitivismo, las élites contrarrevolucionarias de Miami endilgaron a aquellos sectores avanzados, un calificativo que les pareció el súmmum de las ofensas: dialogueros. En condiciones increíblemente difíciles, poniendo en peligro sus empleos, su status social, su seguridad y la de sus familias, incluso de sus niños, los ponentes del diálogo y la moderación resistieron, sobrevivieron y viven para ver cómo la historia confirma su credo. La moderación y las alternativas políticas más civilizadas han comenzado a instalarse no sólo en los Estados Unidos sino también en Miami, que puede ser liberada de la derechización y la intolerancia y dejar de ser un enclave oligárquico en suelo norteamericano. Tal vez llegó el momento de retomar la movilización y, sobre todo, evitar que en sus ejercicios de travestismo político, la derecha simule una mutación y coloque sobre sus ripios un camuflaje moderado y usurpe un discurso que no le pertenece. Cuando las cosas cambien, como ha comenzado a ocurrir y los ponentes del diálogo y la moderación sean mayoría, nadie tendrá que temer. El haber tenido la razón no los cambiará y sus armas preferidas: la palabra y los argumentos pueden vencer sin causar daño físico. Si bien la condición de moderado y defensor del diálogo excluye el sectarismo y admite la rectificación, no debiera tolerar el oportunismo. La mafia cubano-americana, que es el sector político menos democrático del mundo, puede tratar de engañar al nuevo presidente y a su equipo pero no podrá engatusar a los cubanos de aquí y de allá: “La mona, aunque se vista de seda, mona se queda”.
Por Esto!
sábado, 3 de enero de 2009
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario