Exceptuando a Ruth Zavaleta (paradigma de sangre pesada) nadie en la tribu perredista de Los Chuchos me cae realmente mal. Ni Jesús Ortega (el jefe de ese grupo político bastante parecido a la mafia) ni Jesús Zambrano (el más inteligente) ni Carlos Navarrete (el más mareado por el PRIAN) ni Guadalupe Acosta Naranjo (el bravucón que gracias al cochinero de la elección interna del PRD se quedó con la presidencia interina de este partido). Ellos, porque saben jugar en equipo, pudieron haber encabezado las transformaciones profundas de la sociedad mexicana que tanta falta hacen. Pero en vez de haber alcanzado la estatura de los grandes políticos navegan en la más triste mediocridad. Un grave defecto de personalidad les ha impedido crecer: su obsesión por negociar y hasta por transar con el poder. No son respetados por nadie simplemente porque, en cada oportunidad, se muestran incapaces de contradecir a quienquiera tenga influencia real en la cúpula de la política.
Vaya que los ha manipulado a su antojo el priista Manlio Fabio Beltrones, que es el verdadero patrón del senador Navarrete. Y ahora, el colmo, Acosta Naranjo empieza a verse como una marioneta controlada por Germán Martínez, presidente del PAN. En el mejor de los casos Acosta Naranjo no entiende que, al sentarlo a negociar, los panistas lo están usando para legitimar la tramposa reforma petrolera de Felipe Calderón. En el peor de los escenarios, don Guadalupe de plano ya se vendió. Allá él.
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